En esta clase vamos a continuar trabajando la tensión que se ha producido en el mundo contemporáneo entre la tendencia a la conformación de códigos culturales mundializados y su repercusión en el modo que nos identificamos, nos reconocemos y categorizamos a los “otros”, esto es, las identidades ligadas al territorio.
En la clase anterior mencionamos que R. Ortiz habla de los cambios que existen entre una memoria nacional y lo que llama memoria internacional popular; por su parte, N. Garcia Canclini(14) resume lo que hemos expuesto como el pasaje de las identidades modernas a otras que se podrían llamar posmodernas :
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“las identidades modernas eran territoriales y casi siempre monolinguísticas. Se fijaron subordinando a las regiones y a las etnias dentro de un espacio más o menos arbitrariamente definido llamado nación, y oponiéndola a otras naciones. Aun en zonas multilinguísticas, como en el área andina y en la mesoamericana, las políticas de homogenización modernizadoras escondieron la multiculturalidad bajo el dominio del español y la diversidad de formas de producción y consumo dentro de los formatos nacionales.
En cambio, las identidades modernas son transterritoriales y multilinguisticas. Se estructuran menos desde la lógica de los estados que de los mercados; en vez, de basarse en las comunicaciones orales y escritas que cubrían espacios personalizados y se efectuaban a través de interacciones próximas, operan mediante la producción industrial de cultura, la comunicación tecnológicas y el consumo” (1995: 30). |
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Por lo tanto, la clásica definición socioespacial de identidad, referida a un territorio particular, debe complementarse con una definición sociocomunicacional. |
Y esto a la vez significa, que a nivel de las políticas culturales o identitarias, éstas, además de ocuparse del patrimonio histórico deben desarrollar estrategias respecto de los escenarios informacionales y comunicacionales donde también se configuran y renuevan las identidades.
Pierden fuerza entonces -lo cual no significa que desaparezcan, pues seguimos identificándonos en general con el territorio- los referentes jurídicopoliticos de la nación, formados en la época en que la identidad se vinculaba exclusivamente con territorios propios. Es decir, la cultura nacional no se extingue pero designa una memoria histórica inestable que es jaqueada por la interacción con referentes culturales transnacionales.
Esa interacción, repercute sobre circuitos socioculturales, en los que la transnacionalizacion opera de forma diferente, según G. Canclini (1995: 115). Este autor define cuatro circuitos:
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El histórico-territorial, o sea el conjunto de saberes, hábitos y experiencias organizados a lo largo de varias épocas en relación con territorios étnicos, regionales y nacionales y que se manifiesta sobre todo en el patrimonio histórico, la cultura popular tradicional, el folklore. |
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El de la cultura de élites, constituido por la producción simbólica escrita y visual (literatura, artes plásticas). Históricamente este sector ha formado parte del patrimonio en el que se define y elabora lo propio de cada nación, pero en las ultimas décadas se ha integrado a los mercados y procedimientos de valoración internacionales.
Este circuito abarca las obras representativas de las clases altas y medias con mayor nivel educativo porque no es conocido ni apropiado por el conjunto de cada sociedad. |
3- |
El de la comunicación masiva, dedicado a los grandes espectáculos de entretenimiento (radio, cine, TV, video). |
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El de los sistemas restringidos de información y comunicación destinados a quienes toman decisiones (satélite, fax, celulares, computadoras). |
Bien, la reestructuración de las culturas nacionales no ocurre del mismo modo, ni con idéntica profundidad, en todos estos escenarios y, por tanto, la recomposición de las identidades variaría según el compromiso con ellos.
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Lo importante que subraya Canclini es lo siguiente: la competencia de los Estados Nacionales y de sus políticas culturales disminuye a medida que transitamos del primer circuito al último; a la inversa, los estudios sobre consumo cultural muestran que cuanto más jóvenes son los habitantes sus comportamientos dependen más de los dos últimos circuitos que de los dos primeros. Es decir, en las nuevas generaciones las identidades se organizan menos en torno de los símbolos histórico-territoriales, los de la memoria patria que alrededor de los de Hollywood, MTV, Benetton o los grandes circuitos de las megacorporaciones internacionales del rock. |
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La complejidad de los factores que hemos enunciado pueden ayudar a explicar por qué la cultura se ha convertido en una cuestión tan polémica en la actualidad. |
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Para los grupos políticos que levantan la bandera de la homogeneidad cultural (como legitimación de una identidad que pueda unir la diferencia) la tarea es dificultosa en tiempos de la globalización. Cuando la capacidad de los estados-nación de llevar a cabo aquel trabajo se encuentra debilitada por la difusión de la globalización económica, los discursos esencialistas y ahistóricos que sostienen identidades inmutables, se vuelven ineficaces. Al mismo tiempo, desde los medios de comunicación, desde ciertos sectores empresariales y políticos, se enuncia la realidad del mercado como única instancia de regulación social y estandarización de la cultura.
En el marco de estas líneas de fuerza en tensión, la dimensión cultural y las comunicaciones, han adquirido particular importancia para pensar la construcción de nuevos procesos identitarios y prácticas ciudadanas en América Latina. Como afirma C. Moneta(15)
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“... se trata de encontrar un modelo de perfiles endógenos, que procure incorporar y compatibilizar, de manera más equilibrada, la diversidad étnica, las limitaciones de los recursos económicos , los nuevos desafíos para el sistema político, los elementos fundamentales del patrimonio histórico, los requerimientos de la competitividad y las expectativas del desarrollo. Es esta, a nuestro juicio, la vía que América Latina y el Caribe deben explorar sin demora” (1999:21). |
Estos objetivos se revelan como un complejo desafío en el contexto del desacuerdo entre las concepciones esencialistas de la identidad y los proyectos y programas de globalización económica, tecnológica y comunicacional.
En este sentido, diferentes estudios destacan que en los países latinoamericanos las políticas en el campo cultural apuntan a la revalorización de los modos en que la identidad nacional se expresa en los museos, en las artes visuales, en la literatura, con el fin de proteger la reproducción de las identidades tradicionales. Esta focalización prioritaria de las políticas culturales en la preservación patrimonial-histórica y la promoción del “arte culto”, corre disociada del pragmatismo extremo que guía la inserción de los países en los procesos de globalización económica y tecnológica. Al decir de Barbero(16):
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“...las políticas culturales de los Estados han desconocido por completo el papel decisivo de las industrias audiovisuales en la cultura cotidiana de las mayorías. Las grandes industrias culturales, por el contrario, a través de los medios masivos, están logrando penetrar la vida personal y familiar, organizando el tiempo libre mediante la oferta a domicilio de entretenimientos y del manejo estratégico de la información” (1999:317). |
Los aportes de numerosos trabajos en la última década revelan que la producción, comercialización y el consumo de cultura no ocurren en los espacios tradicionales, ni tampoco la generación de empleos ni las mayores inversiones. Esto no implica desconocer que las imágenes, los símbolos, los valores con los que cada sociedad se representa e identifica entre otras, siguen ligados a las tradiciones visuales y literarias de cada nación. Sin embargo, en forma creciente, los medios audiovisuales e informáticos se han revelado con un fuerte peso en la conformación de identidades e intercambios que trascienden las fronteras.
Pero las industrias culturales no han formado parte destacada –en líneas generales- de la agenda de discusión y de acuerdos dentro de las políticas de integración en Latinoamérica. En los acuerdos del MERCOSUR y en el Protocolo de Integración Cultural de 1996, de facilitación de trámites aduaneros para las artes plásticas o el intercambio de artistas y escritores, las industrias audiovisuales no figuran como objetivos de las políticas de acuerdo.
Ahora bien, hay ciertas premisas que deberían tenerse en cuenta en el marco del horizonte señalado, a la hora de imaginar formas de intervención en el campo de la cultura.
En primer lugar, un punto de partida debería ser la consideración por las administraciones correspondientes de la necesidad de reformular las relaciones entre desarrollo y cultura, planteando un distanciamiento de la sola medida estadística del éxito económico y haciendo entrar en juego una gama de intereses más amplia. Como afirma Borofsky(17):
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“En lugar de suponer que el progreso económico genera las condiciones para llevar una vida con pleno sentido desde el punto de vista cultural, sería más adecuado centrarse en objetivos fijados desde la propia perspectiva cultural, tales como fomentar la estabilidad de la comunidad o enriquecer la propia vida; debería reflexionarse sobre el modo en que el desarrollo económico, como medio y no como fin en sí mismo, puede contribuir a alcanzar tales metas” (1999:72). |
En segundo lugar, el reconocimiento de la dificultad –no la imposibilidad- de la intervención ante los desafíos provocados por los flujos comunicacionales e informáticos, que se articulan con otros movimientos de internacionalización y globalización de la producción y el consumo. El control, la regulación de esos procesos se ha vuelto dificultoso por la desterritorialización de la producción cultural y por la concentración monopólica de la producción y la distribución a manos de poderosas empresas multinacionales.
Sin embargo, como lo ha puntualizado N. Garcia Canclini(18)
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“Entre las industrias culturales de alcance transnacional y las débiles políticas culturales de cada país existen instancias intermedias” (1999:134). |
El autor se refiere a que se debe tener en cuenta ejemplos como los llevados a cabo en la Unión Europea, acerca de cómo fortalecer las economías regionales en la competencia global: facilitando dispositivos de integración que posibiliten no sólo la circulación de mercancías sino de personas y mensajes. Por medio de programas educativos comunes, programas de defensa de la herencia cultural común, regulaciones en defensa de los derechos de autor y promoción de las industrias culturales propias.
Por otra parte, una reformulación de la política cultural que plantee un enfoque alternativo a los intereses empresariales altamente concentrados en el sector, debería estar en función de intereses públicos, es decir, teniendo en cuenta lo que significa para los ciudadanos. Esto implica en principio reelaborar la significación atribuida a los términos “creatividad” y “expresión creativa”. Frecuentemente, dichos términos se utilizan como eufemismos para apoyar a las artes profesionales y a las instituciones del mundo de las artes y el patrimonio. Como lo enfatiza C. Mercer
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“El resultado es una forma de política minusválida, que desvía el debate sobre el apoyo a la diversidad, la opción y la participación ciudadana hacia cuestiones trilladas sobre bellas artes frente al arte popular, estatuto profesional frente a estatuto de aficionado, o si las artesanías, el folclore y otras formas de arte popular deberían ser objeto de apoyo.” (1997: 162). |
Por último , cabe destacar que toda iniciativa para diseñar y adoptar decisiones políticas en el campo de la cultura en América Latina debe superar un serio obstáculo: la poca información existente sobre el perfil actual de los mercados culturales y los hábitos de consumo. No pueden existir políticas culturales sin indicadores culturales confiables y la construcción de los mismos es una prioridad que debe encararse para conocer los movimientos de las audiencias, para cuantificar y evaluar los que se produce, los montos reales de importación-exportación de bienes culturales, etc.
Finalmente, cabe enfatizar que repensar el papel de lo público y lograr que los estados nacionales promuevan creativamente algunos de los ejes de políticas culturales mencionados, es una tarea imprescindible para el área de América Latina. Así lo entiende N. García Canclini cuando en un trabajo sobre el tema de la integración propone que las tareas necesarias para la renovación de los espacios públicos, tomando en cuenta las demandas de las culturas étnicas y nacionales a la vez que las condiciones de un desarrollo globalizado, debieran ser el eje organizador de la agenda de trabajo en los gobiernos y los organismos internacionales interesados en contribuir a una convivencia democrática y más justa. (1999).
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