La última dictadura militar Argentina generó un proceso regresivo de reestructuración social, que afectó a todas las clases sociales y forjó la constitución de nuevas identidades sociales políticas e ideológicas. Ya nada fue igual después del golpe militar de 1976, las políticas llevadas a cabo tendieron a fortalecer las bases de dominación, a fragmentar las clases subalternas, a individualizar las conductas sociales, a rearticular las formas constitutivas de la sociedad.
En este sentido podría decirse que el poder dictatorial no actuó solamente en lo represivo, sino también, como formador de consenso y más aún, transformó la estructura productiva del país.
Para llevar adelante esta estrategia de poder fue necesario desarrollar una política represiva y económica de “tierra arrasada”(Leer Walsh).
La Argentina en la década de los sesenta y mitad de los setenta padecía una crisis política protagonizada por la ingobernabilidad de las masas y posibilitada por la indefinición hegemónica de los sectores dominantes en los ámbitos político, económico y cultural lo que Juan Carlos Portantiero denomino “El empate hegemónico”.
En las clases dominantes podemos describir la heterogeneidad de este sector, representada por una burguesía nacional orientada al mercado interno y participe de una alianza con las clases subalternas (proletariado industrial), grandes productores industriales y agrarios ligados a la exportación, fracciones situadas en el campo de la circulación del capital, presentaban el cuadro de una heterogeneidad conflictiva.
El intento de unificación por arriba se desarrolló en un triple movimiento de concentración, hegemonía y representación. Concentración del capital; hegemonía de la tendencia al predominio del sector financiero constituyó la forma genérica de articular intereses; y representación de la defensa del conjunto de los intereses de los grandes sectores propietarios por parte de la dictadura militar.
La desindustrialización implementada a partir de la apertura económica redujo a los obreros industriales, la clausura sindical, bloqueó sus formas de expresión social y política. El crecimiento del trabajo no asalariado, (cuentapropismo), la terciarización, que multiplicó la presencia de los empleados, debilitaron el poder de los trabajadores.
El proceso militar generalizó los resortes de poder de la sociedad disciplinaria, los mecanismos represivos basados en la sospecha personal generalizada e instituyó una cultura del miedo en la que el poder ejerció el máximo de control individualizador y fragmentador de las clases subordinadas.
El proceso militar de 1976 a partir de sus políticas represivas y económicas permite la resolución del empate hegemónico e inaugura un proceso regresivo para las clases subalternas, que es la base para las políticas neoliberales que se aplicaron posteriormente en la Argentina.
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