2.2. Sustentabilidad ¿nuevo paradigma o nueva ideología?


Según el proceso descripto para las revoluciones en el pensamiento científico (Kuhn, 1970), hay tres momentos distinguibles:


Un primer momento donde nuevas concepciones o teorías son rechazadas por una gran mayoría de los científicos establecidos, quienes continúan generando conocimientos acumulativos dentro del paradigma dominante;
Un segundo momento en el que se formula la nueva teoría o concepción de modo más convincente, es muy probable que esto coincida con el aumento de evidencia fáctica de que muchos hechos no pueden ser explicados o interpretados en el marco anterior.
Finalmente , la nueva concepción teórica recibe numerosas adhesiones, principalmente de quienes son más recientes en el estudio de la disciplina que se trate ya que, por lo general, los mayores han comprometido mucho ya sosteniendo el paradigma anterior.

Numerosos estudios de casos han permitido reforzar la tesis central de Kuhn, desde los análisis que el mismo efectuó, principalmente en el campo de la física, hasta las variadas comprobaciones en la biología y geología, donde el proceso de generación e instalación de nuevos paradigmas ha sido descripto tanto para campos muy amplios del saber, como la teoría de la evolución, como para otros más particulares, como la teoría de la deriva continental, o aún menores como las teorías del poblamiento de mamíferos de la América del Sur (Reig, 1981).

Se ha señalado que las disciplinas científicas pueden crecer en superficie o en profundidad. Ambos tipos de crecimiento son necesarios.

El primer tipo, o crecimiento baconiano, es el que se basa en la acumulación y sistematización de nuevos datos, en modo rutinario.

El crecimiento newtoniano, por su parte, es indicador de una cierta madurez, ya que avanza sobre la acumulación para profundizar en la formulación teórica capaz de proporcionar explicaciones interpretativas (Bunge, 1972). El riesgo de este último tipo de crecimiento es que se avance sin evidencias fácticas, desembocando en especulaciones sin fundamentos y sin control (Reig, 1992).




El primer problema para analizar al desarrollo sustentable en este marco es que no sería un paradigma propio de las ciencias naturales ni de las ciencias sociales, sino que abarcaría cierta interfase entre ambas.


La sustentabilidad no puede testearse a nivel bio-ecológico. Como hemos visto la ecología de poblaciones (aplicada a especies pesqueras o forestales) generó un cuerpo teórico para predecir la renovabilidad de los recursos vivos, y su respuesta ante diferentes niveles de cosecha, pero no puede generarlo para los procesos económicos y sociales que determinan el aprovechamiento de esos recursos.

Como más, y por cierto no es poco, la ecología puede proporcionar un marco para el análisis de la eficiencia energética de ciertas actividades económicas. En tal sentido, se ha advertido que con algunos paquetes tecnológicos la energía de los insumos supera la del alimento producido (Georgescu-Roegen, 1971; Odum, 1971). Las consecuencias ambientales de estas ineficiencias no son claras.

La racionalidad social de estas actividades escapa al enfoque de la ecología, para entrar
al de la economía.

La eficiencia económica puede alejarse de la eficiencia energética (en sentido ecológico) en muchos casos en virtud de los precios de los insumos y de los productos, pero estos aspectos de la sustentabilidad siguen estando lejos del grado de convalidación alcanzado en materia puramente biológica.


La sustentabilidad cumple al menos con alguna de las condiciones de un paradigma en la medida en que una parte sustancial de los científicos e investigadores en los distintos campos que contribuyen a la interfase ambiental procuran desentrañar los alcances y limitaciones del concepto, tanto en la teoría como en la práctica. La necesidad de formalizar esta noción ha llevado a varios intentos de generar indicadores que puedan reflejar los avances hacia la sustentabilidad (UICN-PNUMA-WWF, 1993; Pearce y Atkinson, 1993; Martínez Alier, 1995; Winograd, 1995; Imbach et al., 1996).

Pero a la vez no puede soslayarse que el ascenso del concepto de desarrollo sustentable coincide con un momento muy especial en la marcha de la organización social a nivel planetario. La instalación de la agenda ambiental al tope de las relaciones internacionales es coincidente con el colapso del bloque soviético y con el consecuente reemplazo de la bipolaridad por la unipolaridad.



Sin las presiones del mundo bipolar y disipado el fantasma del marxismo, el capitalismo ha podido analizar más serenamente los problemas ambientales y postular soluciones.

Ello permitió incluso que las grandes corporaciones empresarias comiencen a participar en la elaboración de documentos ambientales mundiales, basándose en el concepto de límites acordados y en el método de la autoregulación. Ya la crítica al crecimiento descontrolado de la sociedad industrial no se hace desde los márgenes, desde afuera, sino desde adentro.

Recién ahí empieza a cobrar forma el concepto de sociedad global. Y la dirigencia de la sociedad global tiene la convicción de tener la solución para la crisis: el desarrollo sustentable.

Han señalado algunos autores que bajo el nombre de desarrollo sustentable puede presentarse simplemente la búsqueda de los caminos que hagan viable al actual modo de desarrollo (Angel Maya, 1995). Se trataría del mismo modelo de desarrollo vigente al cual solamente sería necesario quitarle aquellos aspectos que dañan al ambiente (Castello, 1996). Hay grandes defensores de esa interpretación del desarrollo sustentable, en particular el Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible (Schmidheiny, 1992), mientras que otros sectores opinan que sólo son intentos tímidos del que bautizan capitalismo verdoso, basado en un concepto de ecoeficiencia (García, 1995).

Es en este sentido donde el desarrollo sustentable puede ser visto como una ideología, en el sentido de una gran utopía pero que, a diferencia de otras, se presenta como impulsada por buena parte de la dirigencia de los países más poderosos del momento.

Este punto es de gran importancia, ya que si se trata solamente de una ideología, no sería garantía de que se esté trabajando en el camino adecuado.

De hecho hay coincidencia en que ninguna nación ha alcanzado niveles tales que permitan hablar de que exista hoy al menos una sociedad sustentable (Holdgate, 1992). Por otra parte, el verdadero grado de compromiso de muchos gobiernos tanto respecto a la obligación de no contaminar, como a la de apoyar la cooperación internacional para el desarrollo sustentable, se considera bajo (Estrada Oyuela y Zeballos de Sisto, 1993).

Si el desarrollo sustentable es una ideología, entonces no es pasible de contrastación empírica de ninguna naturaleza. Ya se ha mencionado más arriba que la renovabilidad sí puede ser testeada, como puede eventualmente testearse la sustentabilidad del manejo de un recurso biótico en particular si se conocen previamente los parámetros de renovabilidad natural, pero el desarrollo sustentable como tal no es contrastable.



Para dar un sólo ejemplo de las dificultades concretas que entraña, se puede analizar el problema de la conversión de hábitats naturales (se trate de pastizales, humedales o bosques) en campos de cultivo.

¿Cuál es el nivel de conversión de hábitats que permitiría definir a un desarrollo como sustentable? ¿El 10 %, el 40 %, o el 3%?

No es posible someter este tipo de situaciones a una contrastación empírica, salvo que se definan previamente las metas u objetivos, o las escalas de valoración.

Por lo tanto, los interrogantes mayores pasan a ser otros: primero, ¿cómo se hace para establecer esas escalas y metas? y segundo, ¿quién debe establecerlas?
 
 
 
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