Desde fines del siglo XIX las vertientes antiliberales comenzaron a nutrir la trayectoria del nacionalismo y postulaban una idea de nación contraria a la soberanía popular, sobre la base de la negación del principio democrático.
La nación era valorizada porque constituía un factor de unificación de increíble alcance, que aparecía por encima de las diferencias sociales. El crecimiento de la idea de nación como principal aglutinante social se acompañó del quiebre de la confianza depositada hasta entonces en el individuo. A las visiones universales del liberalismo y del socialismo se anteponía una mirada particular: la afirmación de la comunidad nacional y la subordinación del individuo a la misma.
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En esta clase analizaremos las dos experiencias de este tipo que se desarrollaron en la Europa de entreguerras: el Fascismo y el Nazismo. Para ello se deberá realizar la lectura de dos textos que contemplan el proceso y que están indicadas en el cronograma del curso:
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Procacci, G. Historia general del siglo XX. Barcelona, Crítica, 2005. Cap. 5 pto. 3 y cap. 13. |
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Burrin, Ph., Hitler y los judíos. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1990. Introducción y cap. 6 |
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El texto de Procacci analiza la situación que permitió la emergencia del fascismo. Finalizada la 1º Guerra Mundial, Italia comenzó a cuestionarse el costo de su participación en la misma. Desconforme con el reparto oficiado por las potencias vencedoras, se instaló la sensación de que la suya había sido una “victoria mutilada”.
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El fin de la guerra produjo una recesión, acompañada de inflación y desocupación que condujeron al colapso económico, frente al cual los sindicatos y partidos de izquierda organizaron huelgas y olas de protesta. Como reacción a la situación de inestabilidad se desarrolló en el norte y centro de Italia el movimiento squadrista, que fue realizando diversos ataques contra las sedes de los partidos de izquierda y de los sindicatos socialistas, a los que consideraba artífices del desorden imperante. Su punto de referencia era Benito Mussolini quien había fundado en 1919 el primer Fasci de Combattimento en Milán, sobre la base de un programa heterogéneo y radical. Su creciente popularidad le permitió integrar en 1921 una lista de concertación nacional y llevar algunos diputados al Parlamento. Ese mismo año se organizó el Partido Fascista., que se fue convirtiendo en la entidad política más poderosa de la convulsionada Italia de la década del veinte. |
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Un año después, en medio de varias crisis de gobierno, los fascistas organizaron en octubre una Marcha sobre Roma, que culminó con una solicitud del rey encargando a Mussolini la formación de un nuevo gobierno. |
La Cámara de Diputados le concedió plenos poderes, con los que se abocó a reformar el estado: instituyó la Milicia Voluntaria de Seguridad y decidió la permanencia del Gran Consejo Fascista. La sanción de una nueva ley electoral que otorgaba los dos tercios de los escaños a la mayoría provocó el episodio que daría a Mussolini la ocasión de transformar el estado liberal en un estado fascista: el diputado socialista Matteotti denunció fraude y fue asesinado. Frente a la oposición parlamentaria que generó el hecho, Mussolini ordenó la prohibición de toda actividad política y suprimió la libertad de prensa, en defensa de la estabilidad del gobierno.
El fin del funcionamiento de las instituciones representativas dejó paso a una concepción corporativista del estado. Según esta concepción la sociedad era un cuerpo de órganos encargados de tareas específicas para beneficio común. Las corporaciones fueron organizadas por rama de actividad, integradas por obreros y patronos (con lo que se quería eliminar la idea de lucha de clases) y controladas por el estado.
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Toda idea de conflicto social o disidencia fue considerada atentatoria contra la salud de la nación y, por tanto, reprimida. Convertido en Duce, Mussolini desplegó una política de expansionismo militar que concluiría con su alineamiento con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. |
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La primera Guerra Mundial generó un punto de inflexión en la conciencia nacional alemana. Ante la explosión de la contienda Alemania reaccionó como una comunidad unida por la voluntad de defensa de la nación común.
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Comenzó a desarrollarse en 1914 un patriotismo de corte heroico y militarista que dominó la escena política en los primeros años de la guerra. Así la Primera Guerra consolidó una tradición política desarrollada en el siglo XIX para la que lo peculiar de la identidad alemana no solo la diferenciaba del resto de las naciones de occidente, sino que también la hacía superior, proporcionándole elementos para la renovación espiritual. Pero el fin de la guerra puso en cuestión esta concepción de la superioridad alemana. Las grandes pérdidas materiales y humanas destruyeron el entusiasmo inicial. Las negociaciones de paz afectaron el orgullo alemán y se convirtieron en el germen del avance de la nueva derecha. |
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En Alemania el período de la posguerra estuvo signado por dificultades de diverso tipo. Tras la derrota, el Kaiser Guillermo II huyó a Holanda, y nació la República de Weimar, signada por la inestabilidad política, la fragilidad económica y la humillación de los sentimientos nacionales frente a las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles. |
El avance de la social democracia producido desde 1918 era duramente criticado por los sectores conservadores, que la consideraban responsable de la derrota. Los pactos de gobernabilidad establecidos con el Partido Popular Alemán (liberales nacionales) y con el Zentrum, que agrupaba a los católicos, le permitieron mantenerse en el gobierno por diez años después de los cuales la inestabilidad parlamentaria condujo a la inacción, generando entre 1929 y 1933 un período de gabinetes presidenciales con fuerte presencia de partidos de la derecha. En el plano económico, la derrota y la exigencia de pago de reparaciones a los aliados tuvieron graves consecuencias financieras. La inflación descontrolada de 1923 perjudicó especialmente al sector asalariado y la crisis del 29 terminó quebrando a la República, que no pudo superar el trance. La coyuntura creada por la crisis produjo una radicalización de los movimientos políticos nacionalistas, en el curso de la cual los conceptos de nacionalismo militante y socialismo alemán adquirieron una nueva dimensión. Las raíces del pensamiento romántico de la primera mitad del siglo XIX que exaltaba el Estado como expresión político-jurídica del espíritu del pueblo, se habían fusionado a fines de siglo con el nacionalismo de derecha, convirtiéndose en la ideología oficial de las elites conservadoras bajo el Segundo Reich.
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Adolf Hitler había participado de la guerra. En 1920, en el marco de la crisis de la posguerra, creó en Munich el Partido Obrero Nacional Socialista que presentaba un programa ecléctico fusionando elementos socialistas como la propuesta de nacionalización de empresas con otros nacionalistas, orientados éstos a la formación de la Gran Alemania. Gracias a la situación de descontento de amplios sectores sociales temerosos tanto ante la posibilidad de una revolución socialista como del descenso social, logró sumar adherentes a sus propuestas, que reivindicaban la superioridad alemana y canalizaba el odio hacia los judíos, a los que consideraba culpables de la derrota y la humillación nacional. En una atmósfera política de creciente radicalización, intentó un golpe de estado en 1923 que terminó en el fracaso tras el cual apeló a tácticas diferentes: la creación de las SA (tropas de asalto) le permitió el controlar en las calles a las fuerzas de izquierda, mientras la reorganización de su partido le dio la oportunidad de ganar las elecciones legislativas de 1932. Al año siguiente, fue nombrado Canciller y comenzó entonces la instauración del estado nacional socialista. |
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Sus primeras medidas se dirigieron a terminar con la oposición y a liquidar las instituciones de la república. El incendio del Reichtstag en 1927, del que culpó a los comunistas, le facilitó el camino: suspendió los derechos y garantías constitucionales, disolvió sindicatos y partidos políticos, intervino las universidades e implantó la censura de prensa. Toda oposición fue barrida y se produjeron detenciones masivas de militantes y dirigentes comunistas y socialdemócratas. Se inició entonces la “sincronización” nazi, que dejaría el estado bajo su poder. Para reforzar su autoridad, se deshizo en 1934 de los jefes de las SA, que fueron asesinados en lo que se conoció como “la noche de los cuchillos largos” por las recientemente creadas SS (cuerpo de seguridad), con apoyo del ejército. Liquidada la oposición y tras la muerte del presidente Hindemburg, se declaró Führer y anunció el comienzo del Tercer Reich.
El texto de Procacci analiza los aspectos políticos y económicos de la instauración de régimen. Señala que el proceso de concentración de poder se produjo a través de la formación de burocracias paralelas cuyas competencias se entrecruzaban y entraban en conflicto. Esta Policracia generaba rivalidades entre los funcionarios que favorecían las decisiones personales del Führer.
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La verdadera nota diferencial del nazismo es el reclamo de legitimación biológica. En 1935 se sancionaron las Leyes de Nüremberg, que despojaron a los judíos de su ciudadanía y sus derechos y obligaron a los miembros de estado a demostrar la pureza de sangre aria. A partir de entonces la política racial del régimen fue radicalizandose. |
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Desde el punto de vista económico, el ascenso del nazismo coincidió con la superación de la depresión. El gobierno lanzó un plan de obras públicas destinado a disminuir el desempleo, facilitado por la exclusión de las mujeres del mercado laboral, a las que el régimen devolvía a su papel central dentro de la vida familiar.
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El verdadero objetivo de Hitler era el rearme alemán; para implementarlo privilegió el desarrollo de la industria bélica y promulgó en 1936 un plan cuatrienal orientado a tal fin. Un año después arrancó la producción de Volkswagen y, gracias a la suma de los esfuerzos realizados, el desempleo comenzó a bajar y a mejorar el nivel de vida y, con éste, la confianza en el régimen. Esta política económica estaba relacionada con la búsqueda del Lebensraum, espacio vital, que permitiera afianzar el desarrollo y proveyera al mantenimiento de la nación. Hitler definió como objetivo de su política exterior la expansión hacia el este; para conseguirlo necesitaba desvincularse de los condicionamientos internacionales. |
En 1935 abandonó la Conferencia sobre el desarme y otras medidas posteriores culminaron con la anexión de Austria, Checoslovaquia y Polonia, desembocando en la 2º Guerra Mundial.
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El aspecto más inquietante del régimen nazi es su política racial que culminó en el genocidio de millones de personas a través de la llamada “solución final”. El texto de Philippe Burrin se aboca al análisis de sus interpretaciones, que el autor señala en dos líneas: la intencionalista y la funcionalista. De acuerdo con la primera, la solución final fue resultado de un proyecto ideado por Hitler quien, en forma paralela a la preparación de la campaña a Rusia habría dado la orden de exterminio. Según la segunda, se debió a la propia dinámica de un régimen anárquico frente a una situación que se volvió inmanejable en el transcurso de la mencionada campaña. La diferencia entre ambas se explica por la falta de documentación que atestigüe la existencia e una orden escrita.
Luego de analizar ambas interpretaciones, el autor se adentra en la caracterización del antisemitismo hitleriano cuyo origen remonta a la experiencia de la derrota de 1918, interpretada como el desenlace de una guerra interior y exterior conducida por los judíos. (p 32). |
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Es aquí importante detenerse en la lectura de las diferencias planteadas entre el programa antisemita de los años veinte y el posterior a la guerra, cuando el problema judío se asocia al del espacio vital. El retorno a la guerra mundial habría elevado la potencialidad de aplicación de la solución final, cuando las campañas tomaron un giro inesperado para la victoria alemana y Hitler decidió destruir a los que consideraba responsables de su fracaso. Pero no estuvo solo en su determinación: Burrin señala la importancia del contexto al caracterizar al Holocausto como un crimen de burócratas en el que la complicidad, el asentimiento y la pasividad se pusieron al servicio de una maquinaria mortal que decidió el destino de millones de personas. |
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