Vamos a definir el concepto cultura como lo propone Mario Margulis –quien toma en consideración la postura de Geertz- en el texto “La cultura de la noche. Vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires”(3). En esa obra, Margulis formula el concepto de cultura en el plano de la significación. Las significaciones compartidas y el caudal simbólico que se manifiestan en los mensajes y en la acción, por medio de los cuales, los miembros de un grupo social piensan y se representan a sí mismos, a su contexto social y al mundo que los rodea.
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La cultura sería el conjunto interrelacionado de códigos de significación, históricamente constituidos, compartidos por un grupo social, que hacen posible la comunicación, la interacción. |
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Se puede comprender a la cultura entonces como producción de sentidos, esto es, el sentido que tienen los fenómenos y eventos de la vida cotidiana para un grupo humano determinado. Si nos preguntamos, por ejemplo, por la subcultura carcelaria, nos estaríamos preguntando por el entramado de significados vividos y actuados dentro de la comunidad carcelaria; si intentamos conocer a una subcultura juvenil particular (a un grupo punk, por ejemplo) deberíamos averiguar el conjunto de significados que caracterizan al hacer de dicho grupo, sus relaciones con los demás, su particular percepción del mundo, etc.
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Por lo tanto, la comunicación es cultura. Esto significa que la cultura no es patrimonio de unos pocos, de una élite, sino que usted, quienes lo rodean, yo, somos todos miembros competentes de una cultura. No nos damos cuenta de la cultura que compartimos, no tomamos conciencia de ella sino cuando llegamos a sus límites, cuando nos enfrentamos a la incomunicación, cuando rozamos lo desconocido. |
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Por ejemplo, cuando nos encontramos ante una cultura muy extraña, aún los acontecimientos más sencillos o las conductas cotidianas nos resultan difíciles de entender. Entonces –en esa situación- solemos tomar conciencia de la facilidad con que nos movemos en nuestra propia cultura, en la cual existe un marco de referencia común sobre el cual fuimos socializados desde pequeños, y de allí la sensación de confort que experimentamos al compartir códigos comunes. En otras palabras, compartir una cultura significa compartir un gran mundo de sobreentendidos y, sobre ese telón de fondo –de lo que no es necesario explicitar, de lo que todos damos por comprendido- sobre ese piso común de lo presupuesto, se desarrolla la interacción cotidiana. |
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Como subraya Mario Margulis, la comunicación habitualmente nos parece espontánea, nos parece natural el intercambio de mensajes, el acuerdo sobre el sentido de las proposiciones en general, la decodificación fácil de los gestos cotidianos. Es decir, hay una cantidad de saberse simultáneos que ejercitamos, de percepciones conjuntas y sólo porque somos miembros competentes de una cultura podemos comunicarnos, podemos hablar, compartir ritmos de tiempos y silencios, y lograr en la comunicación cierta eficacia.
Cada palabra que usamos tiene una historia. Ha sido socialmente constituida, incluye numerosas luchas y conflictos por la significación. En realidad, existe una historia social del sentido: también son culturales la percepción y la sensibilidad. No percibimos “naturalmente” sino a través de procesos que se han ido constituyendo en la interacción social.
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Ahora bien, podemos comunicarnos porque somos poseedores de signos y éstos –elaborados a lo largo del tiempo y de una cultura- nos orientan. Los signos implican una construcción del mundo, una clasificación pues agrupan y catalogan la inmensa diversidad que nos presenta el mundo.
Objetos, sensibilidad, afectos, imaginarios, cobran cuerpo en la cultura por medio de los signos. Lo que llamamos “realidad” depende –en gran medida- de los signos y sus significaciones cambiantes, los que nos permiten comunicamos. |
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Nos queda claro que la cultura no es un suplemento decorativo, algo sólo para los domingos o para las actividades de ocio o para la recreación espiritual, sino algo constitutivo presente en la vida social, en las interacciones cotidianas, en la medida que allí siempre existe un proceso de significación. |
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Pero conviene precisar una distinción que N. García Canclini(4) ha destacado: la cultura no puede coincidir con la totalidad de la vida social. Más bien, en la definición sociosemiótica se está hablando de una imbricación compleja e intensa entre lo cultural y lo social.
Cuando decimos que la cultura es parte de todas las prácticas sociales, pero no es equivalente a la totalidad de la sociedad, estamos distinguiendo cultura y sociedad sin hacer una barra que las separe, que las oponga enteramente. Estamos concibiendo un entrelazamiento, un ida y vuelta constante y sólo, por un artificio metodológico-analítico, podemos distinguir lo cultural de lo que no es.
Pensar
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El autor mencionado ofrece un ejemplo muy sencillo para aclarar dicha distinción: si vamos a una estación de servicios y cargamos nafta en el automóvil, ese acto material, físico y económico, muy concreto, esta cargado de significaciones ya que, vamos con un automóvil con cierto diseño, modelo, color y actuamos con cierto comportamiento gestual. Toda conducta está significando algo, está haciéndonos participar de un modo particular en las interacciones sociales.
Hay otros autores, que provienen de vertientes disciplinarias diferentes a la de Geertz y que permiten comprender mejor esta distinción, pues se refieren a la cultura como el conjunto de los procesos sociales de significación. Uno de esos autores es Jean Baudrillard quien para salir del esquema marxista acotado de que todo objeto tiene sólo un valor de uso y un valor de cambio, ha señalado que cada objeto tiene un plus agregado de valor en la sociedad de consumo: el valor signo y el valor símbolo. |
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Pensar
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Analicemos esto a través de un ejemplo. Supongamos que poseemos una heladera: su valor de uso consiste en enfriar los alimentos y el valor de cambio es aquello por lo cual dicho objeto puede ser intercambiado, por ejemplo el equivalente dinero.
Sin embargo, para Baudrillard existe otro valor agregado: imaginemos que dicha heladera es importada y si se encuentra en el contexto de una cultura donde existe una jerarquía superior de lo importado en relación a lo nacional, la heladera en cuestión poseerá un valor agregado de distinción, que ya no depende del valor de uso. Pero, además, el autor le agrega el valor símbolo: esa heladera puede ser un obsequio muy apreciado, de modo que no es cualquier heladera sino tiene una significación personal muy particular. Ambos valores –el valor signo y el valor símbolo-, corresponden a la dimensión de la cultura. |
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Retengan este ejemplo, pues servirá para comprender que la lógica de la sociedad de consumo pivotea -en gran medida- sobre la dimensión cultural del objeto, es decir, sobre el plano de las significaciones (piensen, por ejemplo, las razones por las cuales la lógica publicitaria apela al plano de las significaciones para la venta de un producto; si no fuera así, no haría falta una modelo espectacular para vender un electrodoméstico pues ¿qué le “agrega” ese cuerpo espléndido al valor de uso del electrodoméstico?). |
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Lo expresado permite explicar en gran medida el valor estratégico que ha adquirido el estudio de la cultura en el mundo contemporáneo y éste es el eje de los temas que abordaremos en las próximas clases. |
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