Globalización y cultura

Vivimos en un mundo en constante transformación y donde muchas de nuestras viejas certezas se han esfumado. Tiempos notables de mutaciones en todos los planos, cambios económicos, sociales, políticos, culturales que implican un desafío al corpus teórico-metodológico que vertebró gran parte de la historia de las Ciencias Sociales, obligando al desafío de intentar nuevas definiciones y abordajes frente a nudos problemáticos que desnudan la incapacidad de los viejos saberes para ofrecer cierto grado de inteligibilidad sobre un mundo en cambio.

La caída de ciertas “verdades” disciplinarias y doctrinales, provoca una sensación de incertidumbre ante la fragmentación creciente que se registra en el ámbito de las culturas contemporáneas. Por ello, se debe apelar no sólo a un nuevo registro de los procesos que caracterizan al contexto actual, sino a la puesta en suspenso de ciertas categorías paradigmáticas que se presentan como insuficientes para reflejar la complejidad cultural en un mundo globalizado.

Y, es precisamente en el campo de la cultura, donde ciertos cambios epocales alcanzan máxima visibilidad. Como lo han destacado Bayardo y Lacarrieu(5), la cuestión cultural adquiere en tiempos de la globalización una relevancia extraordinaria. En el pasado, los abordajes de la realidad se hacían desde la perspectiva económica, política o histórica, pero la cultura aparecía confinada a un lugar de complementariedad explicativa. En la actualidad, por el contrario, son sujeto-objeto de la cultura tanto los jóvenes como el espectáculo, la salud, el trabajo, etc.

Los Estados, las empres as han constituido a la cultura en un recurso estratégico en la competencia por territorios, mercados consumidores y en las soluciones de diversos conflictos sociales.


En ese sentido

“la cultura es ahora tan material como el mundo. A través del diseño y las tecnologías, la estética ha penetrado ya el mundo de la producción moderna. A través de la comercialización y el estilo, la imagen provee un modo de representación y narrativización ficcional del cuerpo sobre el que tanto se apoya el consumo moderno. La cultura moderna es, sin duda, material en sus prácticas y modos de producción. Y el mundo material de las mercancías y tecnologías es profundamente cultural” ( S. Hall, 1993)

El intercambio de productos, la mundialización de bienes y servicios, demanda un piso común de códigos compartidos, esquemas de percepción y valoración estandarizados.

Como lo destaca M. Margulis:

“Cada nuevo producto coloniza un espacio semiológico, se legitima en un mundo de sentidos y de signos, arraiga en un humus cultural” (1996:8).

Y de allí el carácter estratégico de la dimensión cultural. Cuando hace algunos años Mc Donald`s extendió sus brazos hasta Moscú, un gerente de la empresa afirmó “We are going to Macdonaldize them”, expresando la estrategia de instalar un espacio de nuevos valores y gustos, en un territorio cultural denso en tradiciones estéticas y culinarias diferentes.

El concepto de globalización está hoy en boca de todos. Para algunos teóricos constituye el destino ineluctable del mundo, al tiempo que sostienen que es un proceso que implica a todos por igual. Desde otra perspectiva, hay quienes sostienen que la globalización es un festín al cual asisten y asistirán muy pocos comensales.

Generalmente se destacan los aspectos políticos, económicos, tecnológicos que conlleva el impacto de la llamada globalización, sin embargo dado que concebimos a la cultura como una dimensión de todos los fenómenos sociales se puede entender que

“el análisis de la globalización desde la dimensión cultural está íntimamente vinculado con el estudio de ese proceso en el plano histórico, económico, político y financiero”(Margulis, 1996:5).

Daniel Mato(6) menciona algunos mitos vinculados a la idea de globalización y que suelen complicar el análisis sobre el tema. Desarrollaré alguno de ellos:

a- El mito de la fetichización de la globalización: consiste en imaginar a la globalización como un proceso superior que se impone a nuestras vidas. Esta perspectiva suele reducir la globalización sólo a sus aspectos económicos o tecnológicos, y en general, suele abordarla como un proceso unitario y no como el resultado de prácticas diversas de diferente actores sociales.
En este sentido, no existe la globalización -aunque por razones de simplificación semántica uno recurra frecuentemente a esa modalidad- sino múltiples procesos globalizadores.
   
b- El mito de que la globalización es un proceso novedoso en la historia: la constitución de un mundo como un “todo” es un producto de múltiples procesos globalizadores, entre los que se puede mencionar la expansión del capitalismo y con él la del imperialismo occidental, la expansión de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, la formación de sociedades nacionales, la revolución tecnológica, el sistema de relaciones internacionales. Es decir, en una mirada diacrónica la globalización hunde sus raíces siglos atrás. Pero en general, los analistas coinciden en que la fase de globalización acelerada ha ocurrido desde la década del ochenta y se caracteriza por un cambio en cantidad y cualidad vinculada con el desarrollo de las fuerzas productivas, el extraordinario progreso tecnológico en el plano de la transmisión de información y por la intensificación a nivel mundial del flujo de capitales, comunicación, tecnología y mano de obra.

Esto impresiona –en principio- como una intensificación de las relaciones entre todas las sociedades. Pero ello merece alguna aclaración: existen sociedades que no mantienen contacto o lo hacen escasamente con esa porción del mundo “globalizado”; pero además, la tendencia actual es a la conformación de bloques supranacionales (CEE, Mercado Común Europeo, MERCOSUR) que asoman como los nuevos polos de poder en un mundo caracterizado por la multipolarización del desarrollo económico.

   

c- El mito de que la globalización produce homogeneización: el fenómeno de la globalización no puede ser abordado sólo como un proceso de homogeneización, sino como la convergencia de diferentes fuerzas, muchas contradictorias, que implican diversas articulaciones, conexiones, superposiciones entre lo local, nacional y mundial. Por ello, la globalización puede ser visualizada como una tendencia que no conlleva una distribución uniforme de actores económicos y sociales homogéneos distribuidos en el mundo, con lo cual la unificación mundial de los mercados opera no como un borramiento de las diferencias sino como su reordenamiento para producir nuevas fronteras, ya no ligadas a límites territoriales, sino a las necesidades de los mercados.

Sin embargo, muchas veces se ha insistido en el análisis de la dimensión cultural de la globalización ofreciendo una visión dicotómica de sus implicancias: por una parte, la expansión tecnológica y comunicacional propiciaría una estandarización cultural que favorecería la anulación de las diferencias entre las sociedades, al punto que los miembros de la “aldea global” -es decir, de todas las sociedades- integrarían una escena común con códigos y valores similares y compartidos. Desde la visión opuesta, la globalización no es productora de unicidades sino de multiplicidades. Su evidencia: el resurgimiento de demandas locales, la oposición a todo principio unificador por parte de movimientos segregacionistas en distintos puntos del globo.

Por lo tanto, la globalización exige discriminar dos movimientos simultáneos: uno que integra y estandariza desde el punto de vista social, otro que fragmenta y segrega; pero ambas líneas de fuerzas no deben ser interpretadas como movimientos distintos y contrapuestos, sino como las dos caras de un mismo proceso.

R. Ortiz(7) señala diferencias entre los conceptos de internacionalización y globalización.

La internacionalización se refiere al aumento de la extensión geográfica de las actividades económicas más allá de las fronteras nacionales, proceso que no es novedoso.
Pero la globalización es una modalidad más compleja que la internacionalización, ya que conlleva la producción, distribución y consumo de bienes y servicios organizados a partir de una estrategia mundial y dirigidos hacia un mercado mundial. Esto corresponde a un nivel y a una complejidad del desarrollo económico cualitativamente diferente al pasado. Pero R. Ortiz –además- diferencia la dimensión cultural: es decir, diferencia la globalización de la tecnología y la economía, de la mundialización de la cultura. En tanto en el mundo contemporáneo existe una única economía, el capitalismo, y existe una única infraestructura tecnológica, la cultura por el contrario se mundializa pero tiene que dialogar con o contra otras culturas y otras concepciones del mundo.

A los fines analíticos, vamos a considerar diferentes dimensiones que en la mayor parte de la literatura sobre el tema en cuestión, asoman como las transformaciones culturales más relevantes que conlleva el proceso de globalización.

Ellas serían:

las transformaciones del eje espacio-tiempo;
el proceso de desterritorialización;
la reformulación de los procesos identitarios en situaciones de interculturalidad;
las nuevas formas de segmentación social;
los cambios en la dimensión de lo público-privado en el contexto de las transformaciones urbanas de la tardo-modernidad.

En esta ocasión vamos a desarrollar los dos primeros puntos, pero focalizando la atención en el segundo, es decir, el concepto de desterritorializaciòn que uds. deberán aplicar en el análisis del texto de Renato Ortiz “Cultura y Modernidad - Mundo”.

 
5 - Bayardo, R. y Lacarrieu, M. (1999) La dinámica global/local. Buenos Aires: Editorial Ciccus-La Crujía

6 - Mato Daniel (2002) “Trasnacionalizaciòn de la Industria de la Telenovela, referencias territoriales y producción de mercados y representaciones de identidades trasnacionales”. En Mónica Lacarrieu y Marcelo Álvarez (comp.). La (indi) gestión cultural. Buenos Aires: Ediciones Ciccus – La Crujía.

7 - Ortiz, R. (1997) Mundialización y cultura. Buenos Aires: Alianza Editorial.

 
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