Introducción

“… A veces me resulta muy difícil decir que No…”, “…me cuesta enfrentar la crítica…”, “es frustrante dar una instrucción y que no se cumpla…”,“me resulta difícil hablar y cuando lo hago siento que no me escuchan”… son algunas de las frases que resuenan tanto en el consultorio de un psicólogo como en una sesión de coaching y… ¿por qué no pensar que estas manifestaciones también pueden irrumpir en el trabajo, con amigos e incluso en la propia familia?. Si algo tenemos claro, es que se tratará de un proceso en donde seguro intervienen dos.

En la vida cotidiana, es común encontramos frente a situaciones en las que se necesita de otra persona para resolver un problema, desde solicitarle a un desconocido que nos guíe en la calle porque estamos perdidos o pedirle al jefe un aumento sueldo y a nuestros hijos a que colaboren con las tareas de la casa… hasta la presentación de un reclamo por el incumplimiento de un servicio, pueden ser ejemplos legítimos de interacciones sociales saludables.

Sin embargo, para muchos de los casos éstas afirmaciones son sólo supuestos… Por ejemplo: “el miedo a hablar en público” es la fobia que aparece con mayor frecuencia en nuestra sociedad (Martos, Callejas, Ramírez y Estrella, 2010). El grado de ansiedad que puede generar tal exposición, sería el mayor inhibidor de dicho comportamiento. La dificultad para hablarle a un desconocido, incluso cuando se está perdido o el pánico que a algunas personas les genera la sola idea de pedirle al jefe un aumento de sueldo, se instalan como barreras que obstaculizan el beneficio de utilizar la palabra como recurso valioso para cualquier gestión (desde encontrar la calle que buscamos y festejar por un ascenso de puesto en el trabajo, hasta invitar a salir a nuestra alma gemela).

Por lo expuesto hasta aquí, observamos que todo comportamiento que implique una interacción eficaz entre personas, lleva la impronta de lo que denominamos “Habilidades Sociales”.

 
 
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