2.1 Predominio económico y hegemonía política

El punto de partida de este análisis, al que se toma como dato, es el proceso de monopolización operado en la estructura productiva argentina.

En efecto, a partir de la década del 60 culmina un proceso de monopolización de los sectores fundamentales de la economía y de creciente control de las actividades productivas y financieras por parte del capital extranjero.

Dicho proceso instala como fracción de clase predominante en el interior de los grupos propietarios a la gran burguesía industrial, financiera y comercial monopolista, extranjera o asociada al capital extranjero, desplazando de su predominio tradicional a la gran burguesía agraria. Nuestra intención no es explicitar los mecanismos que operan en el interior de la estructura económica, a los que damos por supuestos, sino examinar la forma de inflexión de esos datos en los otros niveles de las relaciones sociales, particularmente el político.

El predominio de la fracción monopolista en el terreno de la economía supone la apertura de una nueva etapa que fija las leyes generales de movimiento y constitución de las fuerzas sociales, al redefinir los campos de interés común de las clases. Lo que interesa ver, precisamente, es la forma de pasaje entre predominio económico y hegemonía política, de modo tal que lo económico funcione efectivamente en el análisis como "determinación en última instancia", es decir, como serie de parámetros que fijan los límites de variación posible de las relaciones de fuerza en los planos político e ideológico.

Una sociedad no aparece, obviamente, como una yuxtaposición de "niveles estructurales", sino como un entretejido de relaciones sociales, de comportamientos de actores sociales. Parecería redundante recordarlo, pero ante la ola de nominalismo estructuralista que tiende -al menos en su uso vulgar- a fetichizar los instrumentos analíticos como si fueran estructuras concretas, la reiteración no es inútil. La sociedad, recuerda Marx en su famosa Carta de Annenov de 1846, es "el producto de la actividad recíproca de los hombres". En la medida en que esa reciprocidad no está regulada por el azar sino que detrás de la misma opera una legalidad que le otorga sentido, las distinciones analíticas que propone el materialismo histórico tienen la finalidad de hacer inteligible lo que en la representación aparece como un caos. Es a partir de esa necesidad de explicación que tiene sentido postular que "la sociedad no consiste en individuos sino que expresa la suma de las relaciones y condiciones en las que los individuos se encuentran recíprocamente situados" (2) y que vale la diferenciación entre los "niveles" de la realidad social (estructuras económicas, política, ideológica), entendiéndolos como categorías analíticas, como dimensiones que ayudan a explicar la interrelación de las estructuras concretas. La reificación de las categorías conduce, en cambio, a una revitalización del reformismo -alimentado por una lectura autosuficiente del prefacio de Marx a la Crítica de la Economía Política - según el cual la historia sería "producto" de las estructuras, mientras la acción humana, la voluntad, la experiencia, quedan reducidas a un rol subordinado.

Siguiendo estos supuestos, la pregunta que, según Gramsci, surge como central en el marxismo, esto es, cómo de la estructura nace el movimiento histórico, queda sin respuesta. Paradojalmente, la "rigurosidad" en el tratamiento de las leyes que rigen la estructura puede transformarse así en virtual indeterminación para el campo de la política, sobre el que muy poco podría predecirse: por un camino sinuoso, el determinismo se convierte en espontaneísmo.

El nivel de análisis elegido para este trabajo es el de las relaciones de fuerza política, es decir, un espacio en el que operan fuerzas sociales, en el que los conflictos de clase aparecen transmutados como conflictos entre fuerzas, en el que las alianzas de clase buscan constituirse como bloque de poder a través de un proceso relativamente autónomo de la determinación estructural, de un proceso complicado que califica la discontinuidad existente entre estructura y superestructura.

Pero esa distancia, que funda la autonomía de la política, no significa que ésta gire en el vacío. El análisis en el nivel de la coyuntura supone una caracterización científica de la etapa económica y de sus consecuencias en el nivel de las clases sociales. El examen de lo político no puede realizarse a espaldas de lo económico: se asocia con él, en la medida en que aparece como condición para medir la desviación o la correspondencia entre los "tiempos" de la contradicción.

Una nueva etapa económica supone la definición primaria de nuevos actores sociales, a la vez que determina reajustes en los campos de interés. En un primer momento los nuevos protagonistas aparecen definidos objetivamente en el nivel de las clases; su representación social y política, sin embargo, se demorará. Durante todo un período el espacio de la política estará primordialmente ocupado por núcleos residuales, fuerzas sociales y grupos políticos demorados cuyas respuestas apuntan a preguntas planteadas durante la etapa anterior y que sólo en ella podían ser satisfechas. Estos rezagos que desvían o amortiguan las nuevas líneas de conflicto social planteadas por los cambios en la economía, pueden ser, en el corto plazo, factor principal de las decisiones políticas: desautorizados históricamente en el nivel estructural, "vaciados" ya de contenido si se los observa desde el futuro, suelen manifestarse como protagonistas principales en el plano político presente.

Una situación en que los nuevos encuadramientos de clase no se encarnan en fuerzas sociales que se correspondan con ellas no es excepcional: una etapa se cierra primero en el plano económico-social que en el plano político.

Nuestra hipótesis central es que esa situación se da hoy en la sociedad argentina con un arrastre de casi dos décadas: desde mediados de los años cincuenta, cuando entra en crisis el ciclo de industrialización sustitutiva, al ritmo del cual se desarrollaron, durante veinte años, las fuerzas productivas en el país.

Nuestro punto de partida para el análisis de una sociedad y de una coyuntura es la lucha de clases. Desde la perspectiva del materialismo histórico sólo ese examen nos permite determinar la contradicción principal, las contradicciones secundarias o subordinadas y las relaciones entre ambas. Descubrir la contradicción principal supone, según Mao, "descartar la arbitrariedad subjetiva"; su dilucidación se mueve por lo tanto en el nivel objetivo, el de los campos de interés, el de las clases, sus enfrentamientos y sus alianzas. Gramsci calificará este momento como el primer grado en el análisis de la relación de fuerzas, "que puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o físicas".

Este nivel es fundante pero no agota el análisis de la realidad, no nos instala aún en el espacio político de la lucha de clases. "El desarrollo de los aspectos contradictorios en cualquier contradicción es siempre desigual", señala Mao, y esa desigualdad, que marca los aspectos principal y secundario de la contradicción, tiene que ver con la voluntad, penetra en el nivel de las superestructuras. "En un proceso determinado o en una etapa determinada del desarrollo de una contradicción, el aspecto principal es A y el aspecto secundario es B, pero en otra etapa o en otro proceso, los papeles se invierten; éste cambio está determinado por la extensión del crecimiento o disminución de la fuerza con que cada uno de los dos aspectos lucha contra el otro en el desarrollo de las cosas". Sólo el "esfuerzo de los revolucionarios", anota Mao, hará que las circunstancias desfavorables se truequen en favorables.

Estamos ya en el segundo grado gramsciano del análisis de la relación de fuerzas, el político que valora, de acuerdo con Gramsci, "el grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diversos grupos sociales". Es decir, entramos en el nivel de las fuerzas sociales, en el de la correspondencia, analizada como proceso, entre estructura y superestructura.

 
 
 
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