El paso a la política de la globalización, aún no estipulada pero que escribe en cada caso desde cero las reglas de juego sociales, se ha producido de manera suave y normal y con la legitimación de algo que es inevitable: la modernización.
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El Estado Nacional es un Estado territorial, es decir, que basa su poder en su apego a su lugar concreto (en el control de las asociaciones, la aprobación de leyes vinculantes, la defensa de las fronteras, etc.).
Por su parte, la sociedad global, que a resultas de la globalización se ha ramificado en muchas dimensiones, y no sólo las económicas, se entremezclan con y al mismo tiempo relativiza al Estado Nacional, como quiera que existe una multiplicidad no vinculada a un lugar de círculos sociales, redes de comunicación, relaciones de mercado y modos de vida que traspasan en todas direcciones las fronteras territoriales del Estado Nacional. |
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Esto aparece en todos los pilares de la autoridad nacional estatal: la fiscalidad, las atribuciones especiales de la policía, la política exterior o la defensa. Consideremos, por ejemplo, el caso de la fiscalidad.
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Tras una subida de impuestos no se esconde una autoridad cualquiera, sino el mismísimo principio de la autoridad del Estado Nacional.
La soberanía en materia fiscal está ligada al concepto de control de las actividades económicas en el interior de un territorio concreto, premisa que, considerando las verdaderas posibilidades de comercio existentes a nivel global, resulta cada vez más ficticia. |
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Las empresas pueden producir en un país, pagar impuestos en otro y exigir gastos estatales en forma de creación de infraestructuras en un tercer país. Las personas se han vuelto más móviles y más ingeniosas para, cuando son ricas, encontrar y explorar subterfugios o fisuras en las redes de arrastre del Estado Nacional, o, cuando disponen de una competencia o mercancía muy demandada, instalar la mano de obra allí donde les resulta más ventajoso; o, finalmente, cuando son pobres, para emigrar allí donde creen atisbar un porvenir de bienestar y abundancia.
Por su parte, se enredan en un mar de contradicciones los intentos de los Estados Nacionales por mantenerse aislados, pues, para subsistir en medio de la competencia de la sociedad mundial, cada país tiene que atraer imperiosamente capital, mano de obra cerebros.
Los gladiadores del crecimiento económico, tan cortejados por los políticos, socavan la autoridad del Estado al exigirle prestaciones por un lado y, por el otro, negarse a pagar impuestos. Lo curioso del caso es que son precisamente los más ricos los que se vuelven contribuyentes virtuales, toda vez que su riqueza descansa en última instancia en este virtuosismo de lo virtual. Así, de manera legal pero ilegítima, están socavando el bien general que tanto proclaman.
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Los países de la UE se han hecho más ricos en los últimos veinte años en un porcentaje que oscila entre el 50 y el 70%.
La economía ha crecido mucho más deprisa que la población.
Y, sin embargo, la UE cuenta ahora con veinte millones de parados, cincuenta millones de pobres y cinco millones de personas sin techo.
¿Dónde ha ido a parar este plus de riqueza? |
- En Estados Unidos, es de sobra sabido que el crecimiento económico sólo ha enriquecido al 10% más acomodado de la población. Este 10% se ha llevado el 96% del plus de riqueza.
- En Alemania, los beneficios de las empresas han aumentado desde 1979 en un 90%, mientras que los salarios sólo lo han hecho en un 6%. Pero los ingresos fiscales procedentes de los salarios se han duplicado en los últimos diez años, mientras que los ingresos fiscales por actividades empresariales se han reducido a la mitad: sólo representan un 13% de los ingresos fiscales globales. En 1980 representaban aún el 25%; en 1960, hasta el 35%. De no haber bajado del 25%, el Estado habría recaudado en los últimos años ochenta millones de marcos suplementarios por año.
- En los demás países se advierte una evolución parecida. La mayoría de las firmas multinacionales, como Siemens o BMW, ya no pagan en sus respectivos países ningún impuesto... Mientras esto siga así...., la gente tendrá todo su derecho a no estar contenta de que le reduzcan las prestaciones sociales, las pensiones y los salarios”
Por su parte, las empresas transnacionales están registrando unos beneficios récord (merced sobre todo a la masiva supresión de puestos de trabajo). En sus balances anuales, los consejos de administración presentan unos beneficios netos astronómicos, mientras los políticos, que tienen que justificar unas cifras de parados escandalosas, suben los impuestos con la vana esperanza de que, con la nueva riqueza de los ricos, se creen al menos unos cuantos puestos de trabajo.
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La consecuencia de todo esto es el aumento de la conflictividad también en el campo de la economía, es decir, entre los contribuyentes virtuales y los contribuyentes reales. |
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Mientras que las multinacionales pueden eludir al fisco del Estado Nacional, las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan la mayor parte de los puestos de trabajo, se ven atosigadas y asfixiadas por las infinitas trabas y gravámenes de la burocracia fiscal. Es un chiste de mal gusto que, en el futuro, sean precisamente los perdedores de la globalización, tanto el Estado asistencial como la democracia en funciones, los que tengan que financiarlo todo mientras los ganadores de la globalización consiguen unos beneficios astronómicos y eluden toda responsabilidad respecto de la democracia del futuro.
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Consecuencia: es preciso formular en nuevos términos teóricos y políticos la cuestión trascendental de la justicia social en la era de la globalización. También saltan a la vista las contradicciones del “capitalismo sin trabajo”.
Los directivos de las multinacionales ponen a salvo la gestión de sus negocios llevándoselos al sudeste Asiático pero envían a sus hijos a universidades europeas de renombre subvencionadas con dinero público.
Ni se les pasa por la cabeza irse a vivir allí donde crean los puestos de trabajo y pagan muy pocos impuestos. Pero para sí mismos reclaman, naturalmente, derechos fundamentales políticos, sociales y civiles, cuya financiación pública torpedean. |
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Las multinacionales abandonan el marco de los Estados Nacionales y retiran de facto su lealtad para con los actores del Estado Nacional; con lo cual cae también en picada el grado de integración social de sus respectivos países, y ello tanto más cuanto que más fuertemente se fundamentaba éste en el aspecto puramente económico.
Son precisamente los Estados asistenciales bien acolchados los que caen en este círculo vicioso: deben pagar prestaciones codificadas a un número cada vez mayor de personas al tiempo, que van perdiendo el control de los impuestos, porque, en la partida de póquer por su religación local, las empresas transnacionales han acaparado las cartas definitivamente ganadoras. Dichas empresas se subvencionan de varias maneras: primero optimizando la creación de infraestructuras, en segundo lugar recibiendo subvenciones, en tercer lugar minimizando los impuestos, y en cuarto lugar “externalizando” los costes del desempleo.
Este círculo vicioso en el que cae el Estado asistencial no sólo es el resultado de unos recursos decrecientes junto a gastos que suben como la espuma, sino también de la falta de medios de pacificación conforme al abismo entre pobres y ricos se va haciendo cada vez más grande.
Dado que el marco del Estado Nacional ha percibido el debilitamiento de su fuerza vinculante, los ganadores y los perdedores de la globalización dejan de sentarse, por así decir, a la misma mesa. Los nuevos ricos ya no “necesitan” a los nuevos pobres. Entre ambos colectivos resulta difícil llegar a un compromiso, porque falta un marco común apropiado en el que se puedan abordar y regular estos conflictos que traspasan las fronteras. Veamos el proceso evolutivo de los Estados y sus consecuencias.

No resulta difícil imaginar que la lógica conflictual del juego capitalista sale renovada y reforzada al tiempo que disminuyen los medios de pacificación del Estado.
Así, resulta bastante cuestionable el modelo de la primera modernidad, que se pensó y organizó sobre la base de la unidad de la identidad cultural (“pueblo”), del espacio y del Estado cuando aún no estaba a la vista, ni se auspiciaba, una nueva unidad de la humanidad, del planeta y del Estado mundial. |