Diferencias entre la “nueva administración” y la “administración clásica”

En virtud de lo expresado en el punto anterior, vamos a diferenciar claramente a la nueva administración de la administración clásica, comenzando por definir los alcances de cada una de ellas.

En la administración clásica, que es el contenido temático del presente libro, el hombre a través de la historia ha ido incorporando conceptos que han permitido una evolución en el arte de administrar. Se fueron desarrollando nuevas formas que, a través de los siglos, permitieron al hombre manejar sus recursos de forma casi intuitiva en respuesta a las necesidades que se iban generando con la incorporación de nuevas tecnologías y técnicas de producción, como así también con los cambios en la realidad social vivenciada en un determinado contexto histórico. 

Es importante destacar que recién en el siglo XIX, con el desarrollo de la Revolución Industrial y sus consecuencias socioeconómicas, la administración comienza a desarrollarse como una materia específica, con objetivos puntuales que tiene que resolver problemas muy graves generados por
una nueva estructura social no prevista por la incorporación de las
nuevas tecnologías.

Es por ello, que podremos definir en términos cronológicos que la administración clásica se inicia con posterioridad a la Revolución Industrial, teniendo como padre de la criatura a Frederick Taylor quien impulsa nuevas técnicas que permitieron en un corto plazo, resolver dichos problemas coyunturales. Así podemos afirmar que el siglo XX fue, el siglo de la administración clásica, donde el concepto técnico se volcaba a los aspectos productivos y la forma de lograr su máxima eficiencia.

Todas las escuelas, posteriores a Taylor, tuvieron la misma premisa, Drucker, Porter, Mitzberg, y otros, ensayaron dentro de la administración aplicada nuevas técnicas que permitieron a las organizaciones alcanzar excelentes beneficios que, desembocaron en la potenciación de nuevos desarrollos tecnológicos, generando en los últimos veinte años del siglo XX, una crisis sistémica de alcances insospechados.

Es aquí donde muere la administración clásica, la cual rompió desde sus orígenes con el paradigma marxista y permitió un enorme desarrollo de Occidente, solo  imaginado en el siglo XVIII por Adam Smith.

Este enorme aumento de la riqueza, no fue fácil de sobrellevar. Los países que no formaban parte del círculo selecto formado por Estados Unidos, Francia, Inglaterra y sus socios, llevaron al mundo a nada menos que dos guerras mundiales y varias más regionales (Medio Oriente, Vietnam, Irak, Malvinas, etc.) donde países con menor grado de desarrollo, pero con gran interés por tomar una tajada de la torta, buscaban la manera de exigir sus derechos comerciales al poder hegemónico.

Por otro lado, dos colosos como China y la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, no se acoplaron al modelo, generando sus propios sistemas productivos y de distribución de riqueza, tomando como excusa las premisas marxistas y sus consecuencias y confiando (pese al éxito del modelo capitalista), en que finalmente la concentración del capital generado por el modelo, iba a colapsar en el mediano plazo.
Pero las guerras, no solo demostraron la supremacía del modelo, sino que lo potenciaron.

Los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial, se transformaron en las potencias indiscutidas del mundo y siguieron, más fuertes que nunca desarrollándolo a tal punto, que los colosos comunistas terminan cediendo y dando lugar en sus economías al libre mercado, asociándose con EEUU y Europa. La incorporación previa desarrollada con éxito de dos países perdedores de la guerra, Alemania y Japón y su rápida adaptación al modelo, apoyados fuertemente por los triunfadores, ofrecen un mapa geoeconómico imposible de penetrar para el resto del mundo (América Latina, África y parte de Asia), quedando éstos para el combate cuerpo a cuerpo de los poderosos grupos económicos con capital de origen en EEUU y Europa (fortalecida aún más por la formación de un mercado común que le permite nivelar la balanza con su principal competidor), atrasando de manera profunda las economías marginales, quedando el mundo dividido en dos: países desarrollados y países subdesarrollados.