Clase 2: El nuevo ritmo de la economía. El reparto del mundo. La irrupción de la sociedad de masas y los cambios en los sistemas políticos.

Los problemas principales del tema y de las lecturas obligatorias de esta clase radican en la contradicción que encierra una época conocida como la belle époque, caracterizada por ser de paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo generadora de futuras guerras mundiales que no tendrían precedentes. Hobsbawm la enmarca en lo que denomina la “era del Imperio”.


Pensar

Recordemos que en la clase 1 planteamos que la “doble revolución” llevó a la confiada conquista del mundo por la economía capitalista conducida por su clase característica, la burguesía, bajo la bandera de la ideología del liberalismo. Durante la mayor parte del siglo XIX, el mundo se identificaba con los valores, ideas e instituciones asociados con la sociedad burguesa liberal, y la economía mundial lo hacía con los avatares de Gran Bretaña. Pero a partir de la década de 1870 se manifiestan una serie de cambios que alteran esta situación y conducen a la crisis del mundo liberal burgués. En primer lugar analizaremos el capítulo 2 del texto de Hobsbawm: “La economía cambia de ritmo”, para luego explicar el reparto del mundo y finalmente centrarnos en el capítulo 4: “La política de la democracia”.

Entre 1873 y 1890 tuvo lugar una crisis capitalista conocida como la “Gran Depresión”. Debe aclararse que los hombres de negocios y los economistas aceptaban la existencia de ondas o ciclos, de la misma forma que los campesinos aceptaban los avatares de la climatología. Hobsbawm hace referencia al economista ruso que luego sería víctima de Stalin, Kondratiev, quien sostuvo la existencia de “ondas largas” de aproximadamente 50 o 60 años, con fases ascendentes y descendentes. Las ascendentes se caracterizan por tener una serie de innovaciones tecnológicas; las descendentes, por un agotamiento de beneficios e innovaciones. La “Gran Depresión” correspondería a una de estas últimas; puso en juego no la producción sino su rentabilidad. La agricultura la sintió mucho y se convirtió en el sector más deprimido de la economía. Por la deflación, disminuyeron los precios y los beneficios para el mundo de los negocios.

La “Gran Depresión” puso fin a la era del liberalismo económico, entrando en escena las tarifas proteccionistas, sobre todo para los bienes de consumo. Sólo Inglaterra defendía la libertad de comercio sin restricciones a fin de que el mundo subdesarrollado comprara sus manufacturas. Debemos tener en cuenta que para la década del setenta, el sector industrial y en proceso de industrialización se había ampliado en Europa (Francia, Alemania, Rusia, Suecia, Países Bajos) y fuera de ella (Estados Unidos y Japón). La economía se hizo más global y el capitalismo amplió su esfera de actuación a zonas remotas. El sector desarrollado del mundo era capaz de defender de la competencia a sus economías en proceso de industrialización; el resto era dependiente. Era una época de expansión colonial. El imperialismo respondía a la presión del capital para conseguir inversiones más productivas. 

Competían las empresas y también las naciones. Se dio el fenómeno de concentración económica y la tendencia al oligopolio. Con el fin de maximizar los beneficios, nació la necesidad de controlar y programar a las grandes empresas y obtener un mayor rendimiento de los trabajadores. Taylor, ingeniero estadounidense, estableció la “gestión científica” en la problemática industria del acero norteamericana. Introdujo el cronómetro; aisló a cada trabajador dividiendo el taller y su conjunto de tareas en grupos que realizaban una tarea parcial; aplicó distintos sistemas de pago atendiendo al resultado. Más adelante, a principios del siglo XX, Ford, industrial estadounidense, llevó a cabo el uso racional de la maquinaria y de la mano de obra; agregó la cinta de montaje; evitó el tiempo muerto y estableció el puesto de trabajo fijo. El “taylorismo” y el “fordismo” significaron nuevas formas de organizar el trabajo que destruyeron el proceso artesanal.  

Hobsbawm resume al final del capítulo 2 los rasgos de la economía mundial durante el imperio, es decir, entre 1875 y 1914. Podemos presentarlos de este modo:

  • Amplía su base geográfica tanto en Europa como fuera de ella.
  • Era más plural que antes: Inglaterra dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía industrial. Sí conservó un dominio abrumador en el mercado internacional de capitales (banca, seguros, servicios comerciales, navieros y financieros y siguió siendo la principal acreedora mundial por sus inversiones en el extranjero). La era del imperio dejó de ser monocéntrica y las relaciones entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado se hicieron más variadas y complejas.
  • Tuvo lugar una revolución tecnológica cuyas manifestaciones fueron el teléfono, la telegrafía sin hilos, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el aeroplano, la aspiradora, la bicicleta, la cocina de gas, el perfeccionamiento en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas, la electricidad, la química y el motor de combustión. En 1907 Ford comenzó a fabricar el modelo T, que revolucionó la industria automotriz. La nueva revolución industrial reforzaba a la primera.
  • Retrocedió el mercado de libre competencia y hubo una doble transformación en la estructura y modus operandi de la empresa capitalista. Se intentó sistemáticamente racionalizar la producción y la gestión de la empresa aplicando “métodos científicos” a la organización y cálculos.
  • Se transformó el mercado de los bienes de consumo cuantitativa y cualitativamente. El mercado de masas, limitado a productos de subsistencia, se orientó a bienes de consumo (el modelo T de Ford, por ejemplo). Una consecuencia fue la creación de medios de comunicación de masas. Se transformó la producción y la distribución, apareciendo la compra a crédito por medio de plazos.
  • Creció el sector terciario de la economía tanto público como privado. Aumentaron los puestos de trabajo en oficinas, tiendas y servicios.
  • Se produjo una convergencia creciente entre política y economía. Dejó de confiarse en la eficacia de la economía de mercado autónoma y autocorrectora. La democratización de la política impulsó a los gobiernos a defender los intereses económicos de ciertos votantes y a aplicar políticas de reforma y de bienestar social.
  • Las rivalidades políticas entre los estados y la competitividad entre grupos nacionales de empresarios, contribuyeron al imperialismo, al desarrollo de la industria de armamentos y a la génesis de la Primera Guerra Mundial 

Hobsbawm destaca que lo que más impresionaba a los contemporáneos en el mundo desarrollado era el éxito de la expansión económica, sobre todo en el caso de las clases pudientes y medias. Para ellas la belle époque era una edad de oro, un paraíso que se perdería a partir de 1914. No sucedía lo mismo para las clases obreras, a quienes la economía ofrecía puestos de trabajo pero sólo aliviaba modesta o mínimamente su pobreza.

Como ya hemos señalado, un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados, se convirtió en un mundo imperialista, en el que esos países “avanzados” dominaron a los “atrasados”. A continuación analizaremos en qué consistió el reparto del mundo. Debo aclarar que para este análisis me baso en Hobsbawm, Eric. La era del Imperio, 1875-1914. Buenos Aires, Crítica, 2006, cap. 3, pp. 65-93 y en Kinder, Hermann y Werner Hilgemann. Atlas histórico mundial (II). De la Revolución Francesa a nuestros  días. Madrid, Akal, 2006, pp.111-135. Les recomiendo que consulten esta obra para observar sus mapas y ubicar con claridad las extensiones de los diversos imperios.

El término imperialismo, se incorporó al vocabulario político y periodístico durante la década de 1890, en el curso de los debates que se desarrollaron sobre la conquista colonial. Fue entonces cuando adquirió la dimensión económica que no ha perdido hasta el presente. Emperadores e imperios eran instituciones antiguas pero el imperialismo era un fenómeno nuevo: entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de estados.



Dos grandes zonas del mundo fueron divididas: África y el Pacífico. No quedó ningún estado independiente en el Pacífico, totalmente repartido entre británicos, franceses, alemanes, holandeses, norteamericanos y japoneses. África fue repartida entre los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués y, de forma más marginal, español, con la excepción de Etiopía, Liberia y una parte de Marruecos. En Asia, existía una amplia zona nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron sus extensas posesiones: Gran Bretaña, anexionando Birmania a su imperio indio y reforzando su zona de influencia en el Tibet; Persia y la zona del golfo Pérsico; Rusia penetrando más profundamente en el Asia central; Holanda, estableciendo un control más estricto en regiones más remotas de Indonesia. Además, Francia ocupaba Indochina  y Japón, ampliaba sus dominios a expensas de China y de Rusia, en Corea y Taiwán. Nominalmente la mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, pero las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia”.   

Ese reparto del mundo entre un número reducido de estados era la expresión de la progresiva división del mundo entre fuertes y débiles, “avanzados” y “atrasados”. ¿Por qué ocurrió? Varias son las razones que lo explican: si bien la globalización de la economía no era nueva, se había acelerado desde mediados del siglo XIX y una red de transportes posibilitaba que zonas hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que, por razones climáticas y geológicas se encontraban en lugares remotos. Por ejemplo, el motor de combustión interna necesitaba petróleo y caucho. Los pozos petrolíferos de Oriente Medio eran ya objeto de un fuerte enfrentamiento y negociación diplomática. El caucho era un producto tropical que se extraía mediante la explotación de los nativos de las selvas del Congo, entre otras regiones. Además, el crecimiento del consumo de masas en los países desarrollados provocó la expansión del mercado de productos alimentarios. Así, “productos coloniales” como café, cacao, etc., gracias a la rapidez de los transportes, se vendían en las tiendas de esos países. Muchas veces los países dependientes se convertían progresivamente en productores especializados de uno o dos productos básicos.

En síntesis, una serie de economías desarrolladas experimentaron de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o les diera una ventaja sustancial. La consecuencia fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. Los políticos eran concientes de los beneficios del imperialismo: se ofrecía a los votantes la gloria de las conquistas de exóticos territorios. El imperialismo estimuló a las masas a identificarse con el estado y la nación imperial, legitimando inconcientemente el sistema político-social representado por ese estado. Por añadidura, los intereses económicos y políticos imperialistas se justificaban con el principio del deber de fomentar en el mundo el progreso y la civilización. Por tanto, la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares, tenía arraigo popular y benefició a la política imperialista.




En este contexto, analizaremos seguidamente la irrupción de la sociedad de masas y los cambios en los sistemas políticos. Recordemos que el liberalismo del siglo XIX defendía la existencia de constituciones y de asambleas soberanas pero no era democrático: reservaba el derecho de votar y de ser elegido a los ciudadanos que reunían exigencias de propiedad y educación, los “notables”, y excluía a la mayoría de los ciudadanos varones y a la totalidad de las mujeres. Hacía una distinción entre el “país legal” y el “país real”. Desde la década de 1870 se operaría el proceso por el cual el “país real” penetraría en el reducto político del “país legal”.

Hobsbawm señala, dando una serie de ejemplos, los diversos subterfugios a los que recurrían los gobiernos que podían retardar el ritmo del proceso político hacia la democratización pero no detener su avance. Entre 1880 y 1914, fuera cual fuese la forma en que comenzó la democratización, la mayor parte de los estados occidentales tuvieron que resignarse a ella. La nueva situación política fue implantándose de forma gradual y desigual según cada uno de los estados. Hobsbawm considera que el pesimismo de la cultura burguesa desde 1880 refleja la invasión de la minoría educada por la “barbarie” de las masas.

Cada vez más los políticos se veían obligados a apelar a un electorado masivo.



La principal consecuencia de la democratización fue la movilización política de las masas para y por las elecciones. Ello implicó la organización de movimientos y partidos de masas y el desarrollo de medios de comunicación de masas. Los nuevos movimientos de masas eran ideológicos: la religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del fascismo de entreguerras, constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas.

Los movimientos estructurados de masas no fueron repúblicas de iguales. La democracia que ocupó el lugar de la política dominada por los “notables”, no los sustituyó por el “pueblo” sino por una organización: por los comités, los notables del partido y las minorías activistas. Por eso Hobsbawm afirma que, mientras la política electoral de la vieja sociedad burguesa estaba dirigida por individuos poderosos, los “notables”; ahora, en cambio, era el partido el que hacía al “notable”.

¿Qué problemas trajo consigo la democratización a los gobiernos y a las clases en cuyo interés gobernaban?

Uno de ellos fue mantener la unidad de los estados. Por ejemplo, en el Reino Unido, la aparición del nacionalismo irlandés de masas quebrantó la estructura de la política establecida. Otro, fue garantizar la legitimidad e incluso la supervivencia de la sociedad tal y como estaba constituida, frente a la amenaza de movimientos de masas deseosos de realizar la revolución social. Además, la corrupción de varios políticos se hizo más visible, dado que aprovechaban el valor de su apoyo a los hombres de negocios o a otros intereses. Incluso en algunos casos la corrupción iba de la mano de la inestabilidad parlamentaria, como sucedía cuando los gobiernos formaban mayorías sobre la base de la compra de votantes a cambio de favores. 

La década de 1890 vio aparecer al movimiento obrero y socialista  como un fenómeno de masas. A fin de evitar la revolución social, algunos gobiernos desplegaron la estrategia de poner en marcha programas de reforma y asistencia social, contra la política liberal clásica de mediados de siglo XIX que postulaba que el estado se mantuviera al margen del campo de la iniciativa individual y la empresa privada. En este sentido, Hobsbawm alude a los planes de seguridad social de Bismarck en Alemania, luego seguidos por Austria, Gran Bretaña y Francia a principios del siglo XX.

Los gobiernos necesitaban promover la lealtad de todos respecto del estado. De ahí que la vida política se ritualizara y se llenara de símbolos y publicidad. Se recurre a la invención de la tradición, usando elementos capaces de provocar la emoción, como la gloria militar y, como ya señalamos, la conquista colonial. Se crean las fiestas, banderas e himnos nacionales. El cartel moderno nace entre 1880 y 1890, al mismo tiempo que se llevan a cabo espectáculos y entretenimientos de masas. Las iniciativas oficiales alcanzan más éxito cuando explotan emociones populares espontáneas, como en Francia la celebración del 14 de julio de 1789. Los regímenes políticos también ponen en práctica el control de la escuela pública, sobre todo de la escuela primaria y buscan controlar, además, las ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte. Se multiplican los espacios ceremoniales públicos y políticos, a veces en torno de nuevos monumentos nacionales y estadios deportivos.

En ocasiones, los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus propios contra-símbolos. Hobsbawm alude por ejemplo a la Internacional socialista cuando el estado se apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa, o bien al caso de Irlanda en donde movimientos de masas formaron asociaciones en torno a centros de lealtad que rivalizaban con el estado.

Hacia el final del capítulo 4, Hobsbawm concluye que entre los años 1875 y 1914 las clases dirigentes de la mayor parte de los estados del Occidente burgués y capitalista, lograron controlar las movilizaciones de masas y que el período fue de estabilidad política. Parecía que la democracia parlamentaria era compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas, pero era limitado el alcance de esa vinculación. Se reducía al ámbito de una minoría de economías prósperas de Occidente, lo cual ponía en evidencia la fragilidad del orden político en la belle époque.



Pensar

Al presentar los problemas principales del tema de esta clase y de sus lecturas obligatorias, decíamos que radican en la contradicción que encierra una época conocida como la belle époque, caracterizada por ser de paz y estabilidad en el mundo occidental y al mismo tiempo generadora de futuras guerras mundiales que no tendrían precedentes. Al finalizar nuestra clase, podemos afirmar que en efecto su contradicción fue profunda y que se manifestó de varias maneras: la estabilidad de las economías industriales desarrolladas se vio en situación de conquistar y gobernar vastos imperios. Pero esto inevitablemente generó en ellos las fuerzas combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con la estabilidad. También en el período en cuestión aparecieron los movimientos de masas organizados de los trabajadores, característicos del capitalismo industrial, que exigirían su derrocamiento. Las instituciones políticas y culturales del liberalismo burgués se ampliaron a las masas trabajadoras, pero esa extensión se hizo al precio de forzar a la burguesía liberal a situarse en los márgenes del poder político. Entonces, la belle époque fue un período de profunda crisis de identidad y de transformación para la burguesía, acompañado por los cambios del sistema económico, que hicieron que las grandes organizaciones o compañías, o sea las personas jurídicas,  sustituyeran a las personas reales y a sus familias, que antes poseían y administraban sus propias empresas. Se anunciaba, por tanto, la gestación de un mundo distinto.

Como sostiene Hobsbawm, las estructuras económicas que sustentan el siglo XX “no son ya las de la empresa privada en el sentido que aceptaron los hombres de negocios en 1870. La revolución cuyo recuerdo domina al mundo desde la primera guerra mundial no es ya la Revolución francesa de 1789. La cultura que predomina no es la cultura burguesa como se hubiera entendido antes de 1914(3).”

En clases posteriores ustedes analizarán las características que evidencia el mundo  a partir de 1914.



 
3- Eric Hobsbawm. La era del Imperio, 1875-1914. Buenos Aires, Crítica, 2006, p. 19.
 
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