Los restos materiales de la antigüedad romana, es decir las ruinas de edificios y construcciones de diverso tipo, eran fuentes invalorables para el conocimiento de aquella civilización.
La visita a los sitios permitía un contacto directo; las ruinas se podían ver, tocar, medir, etc. Eran monumentos, en el sentido que evocaban a esa civilización del pasado, pero, justamente admitiendo que pertenecían a una cultura ya desaparecida, que había quedado atrás en el tiempo, es que se agregó el adjetivo “histórico”.
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En este momento inicial de la consideración de los monumentos históricos, el concepto era absolutamente restringido y se limitaba a los testimonios tangibles del pasado romano, localizados en la península itálica. |
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Con el correr del tiempo, el concepto se fue haciendo más comprensivo, al incluir bienes pertenecientes a otros períodos de la historia o localizados en diferentes regiones del planeta.
Cabe consignar, no obstante, que prácticamente hasta las primeras décadas del siglo XX el concepto de monumento histórico fue aplicado únicamente a bienes altamente relevantes desde el punto de vista histórico o estético, a las grandes obras maestras del genio creativo humano o a edificios que habían sido escenario o testigos de hechos históricos memorables.
Hacia mediados del siglo XIX el concepto de monumento histórico comenzó a expandirse, incluyendo otro tipo de bienes, no necesariamente obras maestras o escenarios de acontecimientos importantes.
En Inglaterra, por ejemplo, se comenzó a tener en cuenta el entorno de los monumentos. Cuando se observaba a los monumentos, catedrales o palacios, se notaba que no se encontraban aislados, sino insertos en un contexto, que podía ser urbano o rural.
En caso de contextos urbanos, los edificios que rodeaban a los monumentos, muchas veces modestos y con escaso valor en sí mismos, pasaban a ser importantes porque eran los que definían las perspectivas o el escenario en el que el monumento lucía todos sus valores. John Ruskin, a partir de su valoración de la arquitectura doméstica, consideró al tejido urbano como un objeto patrimonial a ser protegido. Según su visión, la ciudad en su conjunto juega el papel de un monumento histórico.
En Italia, a fines del siglo XIX, se comenzó a hablar de la “arquitectura menor”, es decir aquella que no tenía carácter monumental pero que reflejaba ciertos valores vinculados con la tradición, con una modalidad particular de habitar y de construir las ciudades.
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Con estas consideraciones, se introdujo la noción de centros históricos como una categoría patrimonial a la vez que el patrimonio comenzaba a vincularse a una cuestión que a lo largo del siglo XX sería fundamental: la identidad. Una idea de patrimonio más amplia, no referida sólo a las grandes obras maestras, sería el reflejo de la identidad cultural de una comunidad determinada. |
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En lo que concierne a la naturaleza, sabemos que fue un motivo de admiración, estudio e inspiración desde la antigüedad. Durante los siglos XVII y XVIII se dieron grandes progresos en el mundo científico, que incluían un estudio sistemático de la naturaleza a través, por ejemplo, de la clasificación científica de los mundos vegetal y animal.
El movimiento romántico, surgido desde fines del siglo XVIII y con gran auge durante la primera mitad del siglo XIX, aportó una nueva visión de la naturaleza en la que se la tomaba como un objeto de culto estético. La naturaleza era, para los románticos, un objeto de contemplación y de reverencia.
Los Estados Unidos de Norteamérica hicieron un aporte importante en lo que concierne a la consideración de sitios naturales en carácter de patrimonio, a través de la creación de un concepto de protección que alcanzaría gran difusión en todo el mundo: los
parques nacionales.
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En 1872 se declaró el primer parque nacional, Yellowstone, al que seguirían muchos otros en todos los continentes. En estos casos, se protegen áreas naturales de particular interés tanto científico como estético, tratando de mantener sus condiciones a partir de limitar posibilidades de uso y explotación de los recursos que contienen. |
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Volviendo al patrimonio cultural, un documento de 1964, la Carta de Venecia, refleja los avances que se habían dado en este campo a lo largo del siglo XX.
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