1.2. El origen de la sociología


Ya casi pertenece al sentido común definir a la sociología como "ciencia de la crisis". La definición, ambigua, merece ser aclarada, sobre todo porque para algunos el acople del término de crisis importa cargar a la sociología con un contenido intrínsecamente transformador o aun revolucionario.



Piénsese, por ejemplo, en la desconfianza con que el pensamiento más cerradamente tradicionalista observa contemporáneamente a esta disciplina, a la que le atribuye poco menos que significados destructivos del orden social.

Nada más lejano a esos propósitos podrá encontrarse, sin embargo, en la génesis de la sociología, el tercero de los grandes campos del conocimiento referido a las relaciones entre los hombres que surgirá después del Renacimiento.

La sociología es un producto del siglo XIX y en ese sentido puede decirse, efectivamente, que aparece ligada a una situación de crisis.


Pero la respuesta que a ella propondrá, desde sus fundadores en adelante, es antes bien que revolucionaria, conservadora o propulsora de algunas reformas tendientes a garantizar el mejor funcionamiento del orden constituido.

En este sentido, el origen de la sociología se diferencia nítidamente del desarrollo de la ciencia política y de la economía. Ambas, girando alrededor de las ideas de contrato y de mercado, sostenidas sobre el principio de la igualdad jurídica de los hombres, construían las teorías específicas que generalizaban, en el plano del pensamiento, las relaciones sociales históricamente necesarias al desenvolvimiento del capitalismo. Complementaban en esta forma los avances de las ciencias naturales contribuyendo a la secularización del mundo, a la proyección del hombre burgués al plano de dueño y no de esclavo de la naturaleza y de la sociedad.

El nacimiento de la sociología se plantea cuando ese nuevo orden ha empezado a madurar, cuando se han generalizado ya las relaciones de mercado y el liberalismo representativo, y en el interior de la flamante sociedad aparecen nuevos conflictos, radicalmente distintos a los del pasado, producto del industrialismo.

El estímulo para la aparición de la sociología es la llamada Revolución Industrial; mejor, la crisis social y política que dicha transformación económica genera. Con ella aparece un nuevo actor social, el proletariado de las fábricas, vindicador de un nuevo orden social, cuando todavía estaban calientes las ruinas del "ancien Régime" abatido por la Revolución Francesa.

Para dar respuesta a las conmociones que esta presencia señala, en el plano de la teoría y de la práctica social, aparecerán dos vertientes antitéticas:

  • una será la del socialismo -proyectado del plano de la utopía al de la ciencia por Karl Marx-;
  • la otra lo que configura la tradición sociológica clásica.

El orden estamental del precapitalismo aseguraba una unificación entre lo social y lo político-jurídico. El capitalismo disolvería esta identidad entre lo público y lo privado y con ello la idea de la armonía de un orden integrado.
La sociología arrancará de este dato para intentar reconstruir las bases del orden social perdido; de aquella antigua armonía sumida ahora en el caos de la lucha de clases.

En ese sentido, nace íntimamente ligada con los objetivos de estabilidad social de las clases dominantes. Su función es dar respuestas conservadoras a la crisis planteada en el siglo XIX.

Es una ideología del orden, del equilibrio, aun cuando sea, al mismo tiempo, testimonio de avance en la historia del saber, al sistematizar, por primera vez, la posibilidad de constituir a la sociedad como objeto de conocimiento.
Al romper la alienación con el Estado, los temas de la sociedad -de la sociedad civil- pasan a ser motivo autónomo de investigación: es el penúltimo paso hacia la secularización del estudio sobre los hombres, y sus relaciones mutuas; el psicoanálisis, en el siglo XX, conquistará un nuevo territorio, el de la indagación sobre las causas profundas de la conducta.

La magnitud de los problemas que plantea la sociedad como objeto de conocimiento impone un abordaje científico. La filosofía social o política, las doctrinas jurídicas, no pueden ya dar cuenta de los conflictos colectivos impulsados por la crisis de las monarquías y por la Revolución Industrial.

Para quienes serán los fundadores de la sociología, ha llegado la hora de indagar leyes científicas de la evolución social y de instrumentar técnicas adecuadas para el ajuste de los conflictos que recorren Europa.

La ciencia social, a imagen de las ciencias de la naturaleza, debía constituirse positivamente. En realidad su status no sería otro que el de una rama de la ciencia general de la vida, necesariamente autónoma, porque el resto de las ciencias positivas no podía dar respuesta a las preguntas que la dinámica de las sociedades planteaba, pero integrada a ellas por idéntica actitud metodológica.

La sociedad, así, será comparable al modelo del organismo. Para su estudio habrá que distinguir un análisis de sus partes -una morfología o anatomía- y otro de su funcionamiento: una fisiología.

Así definía Saint-Simon las tareas de la nueva ciencia:
"Una fisiología social, constituida por los hechos materiales que derivan de la observación directa de la sociedad y una higiene encerrando los preceptos aplicables a tales hechos, son, por tanto, las únicas bases positivas sobre las que se puede establecer el sistema de organización reclamado por el estado actual de la civilización".

Fisiología e Higiene: no pura especulación sino también la posibilidad de instrumentar "preceptos aplicables" para la corrección de las enfermedades del organismo social.

Este positivismo, que exigía estudiar a la sociedad como se estudia a la naturaleza, iba a encontrar su método en el de la biología, rama del conocimiento en acelerada expansión durante el siglo XIX. Para Emile Durkheim, que representa a la sociología ya en su momento de madurez, el modelo que apuntalará a su fundamental Las reglas del método sociológico (1895) será la Introducción al estudio de la medicina experimental (1865) del fisiólogo Claude Bernard.

Pero el positivismo con el que se recubre y virtualmente se confunde el origen de la sociología, tendrá también otro sentido, no meramente referido a la necesidad de constituir el estudio de la sociedad como una disciplina científica.

Positivismo significa también reacción contra el negativismo de la filosofía racionalista de la Ilustración, contemporánea de la Revolución Francesa.

En realidad, los dos significados se cruzaban. La tradición revolucionaria del Iluminismo operaba a través del contraste entre la realidad social tal cual era y una Razón que trascendía el orden existente y permitía marcar la miseria, la injusticia y el despotismo. En ese sentido, en tanto crítica de la realidad, era considerada como una
"filosofía negativa".

El punto de partida de la escuela positiva era radicalmente distinto. La realidad no debía subordinarse a ninguna Razón Trascendental. Los hechos, la experiencia, el reconocimiento de lo dado, predominaban sobre todo intento crítico, negador de lo real. Hasta aquí, este rechazo del trascendentalismo estimula la posibilidad de un avance del pensamiento científico por sobre la metafísica o la teología. Pero esta supeditación de la ciencia a los hechos implicaba, simultáneamente, una tendencia a la aceptación de lo dado como natural.

La sociedad puede incluir procesos de cambio, pero ellos deben estar incluidos dentro del orden. La tarea a cumplir es desentrañar ese orden -es decir desentrañar las leyes que lo gobiernan-, contemplarlo y corregir las desviaciones que se produzcan en él. Así, todo conflicto que tendiera a destruir radicalmente ese orden debía ser prevenido y combatido, lo mismo que la enfermedad en el organismo.

Con esta carga ideológica nace la sociología clásica. En la medida en que busca incorporar a la ciencia el estudio de los hechos sociales por vía del modelo organicista, desnuda su carácter conservador. Este rasgo incluye a todos sus portavoces, aunque existan ecuaciones personales o culturales que diferencien a cada uno. Entre esas diferencias culturales importantes -porque marcarán derroteros distintos dentro de una misma preocupación global- están las que separan a la tradición ideológica alemana de la francesa.

  • Max Weber será la culminación de la primera y
  • Emile Durkheim de la segunda.

Y aunque ese diferente condicionamiento cultural hace diferir radicalmente sus puntos de partida, sus preocupaciones últimas -como lúcidamente lo advirtiera Talcott Parsons, el teórico mayor de la sociología burguesa en este siglo- se integrarán.

 
 
 
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