Uno de esos escritores será particularmente significativo, Montesquieu
(1689-1755), a quien se prefiere recordar, sin embargo, como teórico
de la ciencia política. Durkheim, en cambio, lo menciona con razón
como un precursor de la sociología.
Es cierto que el tema de Montesquieu es el análisis de las instituciones
políticas, pero la perspectiva con que lo encaraba era ya sociológica.
En el prólogo a El Espíritu de las Leyes, su obra más
conocida, escribía:
"Comencé a examinar a los hombres con la creencia de que
la infinita variedad de sus leyes y costumbres no era únicamente
un producto de sus caprichos. Formulé principios y luego vi que
los casos particulares se ajustaban a ellos; la historia de todas las
naciones no sería más que la consecuencia de tales principios
y toda ley especial está ligada a otra o depende de otra más
general".
Para Montesquieu las instituciones políticas dependen del tipo
de Estado y éste, a su vez, del tipo de sociedad.
Por ello -deducía- no hay ningún tipo de régimen
político universalmente aceptable: cada sociedad debía constituir
el suyo, de acuerdo a
sus particularidades.
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Este relativismo aleja a Montesquieu de sus contemporáneos, partidarios
de una Racionalidad universal, y en ese sentido anticipa la crítica
que los fundadores de la sociología habrán de aplicar a
la cosmovisión trascendentalista de los iluministas. |
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Montesquieu piensa que es posible construir una tipología
de sociedades, basada en la experiencia histórica, y
ordenada en una sucesión temporal de progresiva complejidad.
Este desarrollo creciente de las estructuras económicas
y sociales provoca modificaciones en el Estado. Lo que cambia
son las formas de solidaridad entre los individuos, desde las
sociedades primitivas más simples hasta las más
modernas, caracterizadas por una compleja división del
trabajo. |
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Esta idea de Montesquieu sobre los cambios en los tipos de solidaridad
generados por la división social del trabajo, será más
tarde retomada casi literalmente por Durkheim.
Los principios del Iluminismo encontrarán su encarnación
política en la Revolución Francesa de 1789. Pero, pese al
optimismo de los racionalistas, la crisis de las monarquías y el
desarrollo del capitalismo industrial no provocaron un ingreso al reino
del equilibrio social, sino todo lo contrario.
Surge así la reacción antiiluminista, la nostalgia por
el orden perdido, la filosofía
de la restauración.
El orden frente al cambio.
Lo sagrado frente a lo profano.
La autoridad frente a la anarquía
Estas son las antinomias levantadas por la ideología tradicionalista
que se desarrollará particularmente en Francia, inspirada en Louis
de Bonald (1754-1850) y Joseph de Maistre (1754-1821).
Este pensamiento reaccionario es otro de los eslabones importantes
en el proceso de constitución de la sociología.
Detrás de él se mueve explícitamente una reivindicación
del orden medieval, de su unidad, de su armonía. Como señala
Robert Nisbet, "el redescubrimiento de lo medieval -sus instituciones, valores,
preocupaciones y estructuras- es uno de los acontecimientos significativos
de la historia intelectual del siglo XIX".
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Esto es muy claro en pensadores como los citados de Bonald, de Maistre
o el inglés Edmond Burke, pero la idea aparecerá también
en los fundadores de la sociología, aun cuando en su visión
será la ciencia la que deberá reemplazar a la religión
de los tradicionalistas en su carácter de principal elemento integrador
de la sociedad. |
Nisbet(2) ha señalado que las cinco ideas-elementos
esenciales de la sociología, que estarán presentes
en todos los teóricos clásicos, se vinculan con el pensamiento
conservador, preocupado profundamente por las consecuencias desintegradoras
del conflicto de clases.
Ellas son: comunidad, autoridad, lo sagrado, status y alienación.
En efecto, todas son tema principal en Saint-Simon, en Comte, en Tönnies,
en Durkheim o en Weber. Pero es posible dar un paso más que el
mero listado de estas ideas-fuerza; la sociología clásica
obtiene también del pensamiento tradicionalista una serie de proposiciones entrelazadas acerca de la sociedad.
Especialmente la concepción de ésta como un todo orgánico,
superior (y exterior) a los individuos que la componen, unificado en sus
elementos por valores que le dan cohesión y estabilidad y que proporcionan
sustento a las normas que reglan la conducta de los individuos y a las
instituciones en las que esas conductas se desenvuelven. Si esos valores,
esas normas y esas instituciones se alteran, la sociedad entrará
en un proceso de desgarramiento y de desintegración.
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El tema central es, pues, el orden social;
el cambio, la transformación sólo será
un caso especial, controlado, del equilibrio, postulado simultáneamente
como punto de arranque metodológico para el estudio científico
de la sociedad y como ideal al que debe tender la humanidad. |
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Habitualmente se considera a Auguste Comte (1798-1857) como el fundador
de la sociología. En rigor, él es el inventor de la palabra,
contra su voluntad, porque en un principio había bautizado a su
disciplina como "física social", término que a
su juicio simbolizaba mejor sus intenciones de asimilar el estudio de
los fenómenos sociales a la perspectiva de las ciencias naturales.
Pero más allá que la expresión introducida por
él eternice a Comte como el padre de la sociología, el conde
Claude Henri de Saint-Simon (1760-1825) puede reivindicar ese carácter
con mejores títulos. Para algunos historiadores, incluso, Comte
no haría más que plagiar -dándole un sentido más
conservador- a la teoría saintsimoniana.
De hecho ambos autores estuvieron en estrecha relación: Comte
fue secretario de Saint-Simon entre 1817 y 1823 y colaboró con
él en la redacción del Plan de las operaciones científicas
necesarias para la reorganización de la sociedad, trabajo en el
que se sostenía que la política debía convertirse
en "física social", cuya finalidad era descubrir las
leyes naturales de la evolución de la sociedad.
Esta "física social" haría ascender al estudio
de la sociedad a la tercera etapa por la que tienen que pasar todas las
disciplinas:
La positiva, culminación de los dos momentos
anteriores del espíritu humano, el teológico y el metafísico.
Esta vinculación con Comte -quien señaló siempre
su deuda con de Maistre y de Bonald- parece chocar con una imagen difundida
de Saint-Simon como precursor del socialismo, como "socialista utópico".
- En primer lugar, cabe señalar que el pensamiento
de Saint-Simon está plagado de tensiones internas que alternativamente
pueden ofrecer una perspectiva revolucionaria o conservadora.
- En segundo lugar no es al propio Saint-Simon a quien
se debe adscribir al socialismo utópico sino sobre todo a sus discípulos,
en especial Bazard y Enfantine, quienes entre las revoluciones del 30
y del 48 avanzaron resueltamente en una dirección social y política
anticapitalista.
En Saint-Simon se fusionan elementos progresivos y conservadores.
- Por un lado, admiraba el orden social integrado del
medioevo, pero
- por el otro ha quedado en la historia del pensamiento
como un teórico del industrialismo y como un profeta de la sociedad
tecnocrática.
Tenía sobre la "escuela retrógrada", como la
llamaba, de de Maistre y de Bonald un doble juicio.
- Por un lado -dice- han establecido "de una manera
elocuente y rigurosa" la necesidad de reorganizar a Europa de manera
sistemática, "necesaria para el establecimiento de un orden
de cosas sosegado y estable".
- Por otro lado, al intentar "restablecer la tranquilidad"
reconstruyendo el poder teológico, y al señalar que "el
único sistema que puede convenir a Europa es aquel que había
sido puesto en práctica antes de la reforma de Lutero" yerran
totalmente, pues "al sentido común repugna directamente
la idea de retroceso en civilización".
La pasión dominante del sentido común es "la de prosperar
mediante trabajos de producción y (...) por consiguiente no puede
ser satisfecha más que mediante el establecimiento del sistema
industrial".
El sistema industrial del futuro será gobernado autoritariamente
por una élite integrada por científicos y por "productores",
en los que Saint-Simon agrupa tanto a los capitalistas como a los asalariados.
Esta élite aseguraría la unidad orgánica de la sociedad,
perdida tras la destrucción del orden medieval, con la Ciencia
ocupando el lugar de la Religión, los técnicos el de los
sacerdotes y los industriales el de
los nobles feudales(3).
Esta concepción, ciertamente, tiene muy poco que ver con el socialismo,
utópico o científico. Su mérito es haber reconocido
en las leyes económicas el fundamento de la sociedad. Esta conexión
del análisis social con el análisis económico se
acentuará con la influencia que sobre él ejercen los Nuevos
principios de Economía Política de Sismondi (1773-1842),
publicados en 1819. En ese texto, uno de los pilares del anticapitalismo
romántico, Sismondi señala que la finalidad de la economía
política es estudiar la actividad económica desde el punto
de vista de sus consecuencias sobre el bienestar de los hombres. De allí
arrancan, ambiguamente, nuevas preocupaciones de Saint-Simon sobre la
situación de las clases más pobres, aun sin llegar al nivel
de las formulaciones sismondianas que reconocen la existencia de un conflicto
despiadado en el interior de la clase de los "productores",
entre asalariados y propietarios.
Esta apertura la ensancharán sus discípulos que, en 1828,
tres años después de la muerte de Saint-Simon, crean la
escuela saintsimoniana y comienzan a desarrollar una tarea que violentará
en mucho las conclusiones del maestro.
En 1825 Francia había sido sacudida por una primera crisis general:
las consecuencias sociales del sistema industrial comenzaban a estar a
la vista y entre 1830 y 1848 la lucha de clases sacudirá al país.
Los saintsimonianos cambiarán de auditorio: ya no escribirán
para los industriales sino, preferentemente, para los intelectuales y
para el pueblo, aunque no siempre con buena fortuna. Ideas que no aparecían
en Saint-Simon, como la de lucha de clases o críticas violentas
a la propiedad privada y a la nueva explotación capitalista son
comunes en sus textos, ellos sí adscriptos al socialismo utópico.
En su sistema de pensamiento, economía, sociedad y política
aparecen íntimamente relacionadas en una visión crítica
y totalizadora.
Luego de ellos -y notablemente con otro discípulo de Saint-Simon,
Comte- esa unidad se parcelará. El punto de partida metodológico
de la sociología clásica, como señala Lukacs, será
el postulado de la independencia de los problemas sociales con respecto
a los económicos. Cada ciencia social extremará hasta la
irritación los pruritos de su "autonomía" con
respecto a las otras: por un lado la sociología, independiente
de la economía y la ciencia política; por otro, desde el
triunfo de la escuela marginalista, la economía "pura".
Ambas limitadas a una observación de la correlación entre
los hechos.
Claro está que esta exacerbación de la autonomía
puede aportar conocimiento científico, más allá del
carácter ideológico de la teoría que la sustenta.
Pero, aferrados a "los hechos", "a lo dado", al nivel
de las apariencias, las ciencias sociales fragmentadas se enfrentarán
a preguntas que no podrán responder o que ni siquiera podrán
plantearse, porque su formulación depende de una visión
globalizadora y dinámica de la totalidad de las relaciones sociales
en un modo de producción históricamente determinado. Citando
otra vez a Samir Amin:
"La única ciencia posible es la de la sociedad, porque el
hecho social es único: no es 'económico' o 'político'
o 'ideológico', etc., aunque el hecho social pueda ser aproximado
hasta un cierto punto bajo un ángulo particular, el de cada una
de las disciplinas universitarias tradicionales (la economía, la
sociología, la ciencia política, etc.). Pero esta operación
de aproximación particular podrá ser científica en
la medida en que sepa medir sus límites y preparar el terreno para
la ciencia social global".
Pensar
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Comte no hace más que resumir ideas ya circulantes
en su tiempo e integrarlas a un discurso pomposamente "totalizador".
Sin Saint-Simon y sus intuiciones quedaría muy poco de
Comte, cuya tarea fundamental consistió en depurar al
saintsimonismo de sus tensiones utopistas y enfatizar sus contenidos
conservadores. |
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El objetivo de sus trabajos -Curso de filosofía
positiva (1830-1842) y Sistema de política positiva (1851-1854)-
es contribuir a poner orden en una situación social que definía
como anárquica y caótica, mediante la construcción
de una ciencia que, en manos de los gobernantes, pudiera reconstruir la
unidad del cuerpo social.
Su deuda con de Bonald y de Maistre era explícita, pero del mismo
modo que Saint-Simon, difería con "la escuela retrógrada"
en cuanto no creía en la posibilidad de una restauración
puntual de "l'ancien régime".
Comte incorpora a su discurso la idea de la evolución y del progreso,
pero, en tanto conservador, suponía que los cambios debían
estar contenidos en el orden. La sociedad debía ser considerada
como un organismo y estudiada en dos dimensiones, la de la Estática
Social (análisis de sus condiciones de existencia; de su orden)
y la de la Dinámica Social (análisis de su movimiento; de
su progreso).
Orden y Progreso se relacionan estrechamente.
- El primero es posible sobre la base del consenso, que
asegura la solidaridad de los elementos del sistema.
- El segundo, a su vez, debe ser conducido de tal manera
que asegure el mantenimiento de la solidaridad, pues de otro modo la
sociedad se desintegraría.
Esta última sería capaz de sintetizar los polos de orden
inmóvil y de progreso anárquico que caracterizaron a las
dos primeras etapas.
La etapa positiva marcaría según Comte
la llegada al estado definitivo de la inteligencia humana y colocaría,
en una nueva categorización jerárquica de las ciencias,
a la sociología en la cima de ellas.
La sociología o física social, esto es,
"la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos
sociales considerados con el mismo espíritu que los astronómicos,
los físicos, los químicos o los fisiológicos, es
decir, sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el
objeto especial
de investigación".
Tal conocimiento permitiría a los gobernantes acelerar el progreso
de la humanidad dentro del orden. La nueva política positiva sólo
podría ser aplicada por una élite autoritaria; así,
Comte habría de enviar su libro al zar Nicolás I de Rusia,
"jefe de los conservadores de Europa", señalándole
que sus teorías estaban básicamente pensadas para la autocracia.
El mismo Comte se autoproclamó, hacia el final de sus días,
como el papa de una nueva religión, la positiva.
La vinculación al positivismo, verdadero punto de arranque de
la sociología clásica, con los intereses políticos
de quienes buscaban conservar el orden social, será todavía
más clara en Herbert Spencer (1820-1903). Su obra
coincide con el esplendor victoriano, es decir, con la consolidación
de su país, Gran Bretaña, como potencia hegemónica
mundial.
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Spencer fue mucho más positivista -en el sentido de
intentar aplicar a lo social el método científico-natural-
que Comte, a quien incluso atacó. Para Spencer no existían
diferencias metodológicas en el estudio de la naturaleza
y de la sociedad. El principio que unificaba ambos campos era
el de la evolución; las leyes de la misma, propuestas
por la biología, eran universalmente válidas.
Es notorio que detrás de Spencer están las teorías
de Darwin, quien publica El origen de las especies en 1859,
tres años antes de que comiencen a aparecer los copiosos
tratados de Spencer, diez volúmenes que abarcan la sociología,
la psicología, la ética y la biología. |
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La teoría de Spencer no hace más que consagrar triunfalmente
el predominio del capitalismo libreempresista y la influencia imperialista
británica. Ferozmente individualista, toma de Darwin el principio
de la supervivencia de los más aptos y los traslada al campo social
para justificar la conquista de un pueblo por otro. Partidario extremo
del laissez faire propugna la desaparición de toda intervención
estatal: uno de sus libros (1884) se llama El hombre contra el Estado.
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Esto marca, ciertamente, una separación radical del paternalismo
político comtiano; a diferencia de éste, Spencer señalaba
que la sociología debía demostrar que los hombres no
debían intervenir sobre el proceso natural de las sociedades. |
Paradojalmente, esta ciencia spenceriana, que de manera transparente
no era otra cosa que la con-ciencia de las clases dominantes británicas
de su tiempo, influyó considerablemente sobre élites de
sociedades dependientes, como la propia argentina de fines de siglo.
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EN SINTESIS
No es difícil establecer las vinculaciones estrechas
que existen entre los problemas de la sociedad francesa y la
teoría de Comte o la era victoriana en Inglaterra y los
principios de Spencer. La misma relación podría
postularse entre la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX
y la obra de Ferdinand Tönnies (1855-1936), principal representante
de la otra vertiente significativa en los orígenes de
la sociología clásica. |
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La sociología es un fruto tardío en Alemania, con relación
a Francia e Inglaterra. La posibilidad de constituir un campo de conocimiento
autónomo para los hechos sociales fue primero rechazada a partir
de la consideración que los problemas sociales no eran otra cosa
que problemas políticos del Estado, integrables en la ciencia jurídica.
Esta tradición, que duró bastantes años, fue reemplazada
por otra, igualmente negativa frente a las pretensiones de la sociología,
pero basada en argumentos de tipo epistemológico.
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En efecto, lo que está en discusión a fines del siglo XIX
en Alemania es la legitimidad de construcción de una ciencia de
lo social equiparable a las ciencias de la naturaleza. La orientación
dominante, de origen neokantiano, rechaza la posibilidad de aplicar métodos
analíticos al mundo del hombre. |
En ese clima cultural, fuertemente marcado por el historicismo y por
el rechazo al cientificismo positivista y al marxismo, surge Tönnies
cuya importancia -más allá de sus aportes propios, que recogerán
luego otras teorías- estriba sobre todo en haber abierto el camino
para una obra como la de Max Weber.
El libro fundamental de Tönnies es Comunidad y Sociedad,
publicado en 1887. La sociología aparece en él como conocimiento
de las relaciones sociales y éstas, a su vez, sólo pueden
ser concebidas como producto de la voluntad de los hombres. Dos tipos
básicos de relación entre los hombres son los de "comunidad"
y "sociedad".
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Ejemplo
de la primera es la familia, el vecindario, el grupo de amigos. Su característica
es estar fundada sobre lazos naturales, asimilados al modelo de un organismo.
Ejemplo de sociedad sería la ciudad o el Estado, fundados sobre
el contrato, la racionalidad, el cálculo y asimilados los lazos
que unen a sus elementos con las piezas de una máquina. |
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Esta tipología reaparecerá, directa o indirectamente, en
Max Weber (quien utiliza las definiciones de Tönnies sobre comunidad
y sociedad explícitamente) y aun en Durkheim, para quien los lazos
de solidaridad que constituyen la comunidad conformarán lo que
llama solidaridad mecánica, y los que constituyen la sociedad serán
equivalentes a los de la solidaridad orgánica.
Comunidad y Sociedad eran, para Tönnies, lo que Weber llamaría
después "tipos-ideales": esto es, jamás se dan
puros en la realidad, pero, como extremos de una polaridad de relaciones
sociales, sirven para la confrontación comparativa y para el análisis
de las formas sociales concretas.
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EN SINTESIS
Saint-Simon, Comte, Spencer, Tönnies y otros que podrían
agregarse, comportan en conjunto una suerte de prehistoria de
la sociología clásica. En buena medida, como lo
hemos señalado, sus obras han perdido en sí mismas
toda actualidad. Pero las preocupaciones metodológicas
que incorporan, tensionadas por el naturalismo y el historicismo;
la línea general que preconizan, en relación con
la sociedad, marcada por un afán conservador; incluso
buena parte de los conceptos que aportan, configuran un capítulo
relevante para el ingreso de la sociología a su etapa
de madurez. En ésta, dos figuras habrán de desempeñar
un papel sobresaliente, muy por encima del de sus contemporáneos:
Emile Durkheim y Max Weber. |
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Durkheim: el problema del orden
Emile Durkheim nace en el año 1858 y muere en 1917. Su madurez
intelectual abarca el duro período de consolidación y crisis
de la Tercera República francesa, en la que la política
de los liberales, anticlerical y antitradicionalista, pero también
duramente represiva frente a las reivindicaciones del movimiento obrero,
sufre los embates del neobonapartismo de Boulanger y del antisemitismo
y nacionalismo expresados en el proceso Dreyfus. Judío, descendiente
de rabinos,
Durkheim fue un producto claro del laicismo y del cientificismo de esa
Francia republicana que se erigía luego de Luis Bonaparte, de la
guerra con Alemania y de la
Comuna de París.
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En ese entorno, Durkheim asume una misión: colaborar en la consolidación
de un orden moral que le diera a la nación francesa la estabilidad
del antiguo régimen, pero fundada sobre otras bases. |
Su pregunta central es, pues, una pregunta sobre el orden:
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¿Cómo asegurarlo en la compleja sociedad industrial
en donde los lazos tradicionales que ataban al individuo a la comunidad
están rotos? |
En uno de sus libros fundamentales, El suicidio, publicado en 1897, Durkheim
señala que la felicidad del ser humano sólo es posible si
éste no exige más de lo que le
puede ser acordado.
Pero "¿cómo fijar la cantidad de bienestar,
de comodidad, de lujo, que puede perseguir legítimamente un ser
humano?".
Los límites -añade- no deben buscarse ni en su constitución
orgánica, ni psicológica. Librado a sí mismo el hombre
se plantea fines inaccesibles y así cae en la decepción.
En nombre de su propia felicidad, pues, habrá que conseguir que
sus pasiones sean contenidas hasta detenerse en un límite que sea
reconocido como justo. Ese límite debe ser impuesto a los hombres
desde afuera por un poder moral indiscutido que funde una ley de justicia.
Pero ella "no podrán dictársela ellos mismos; deben
recibirla de una autoridad que respeten y ante la cual se inclinen espontáneamente.
Únicamente la sociedad, ya directamente y en su totalidad, ya
por mediación de uno de sus órganos, está en condiciones
de desempeñar ese papel moderador; porque ella es el único
poder moral superior al individuo y cuya superioridad es aceptada
por
éste"(4)
Esta preocupación aparece nítida desde sus primeras obras.
En 1893 publica su tesis de doctorado, La división del trabajo
social, cuyo eje problemático es ya la relación entre el
individuo y la sociedad. El supuesto es que hay una primacía de
la sociedad sobre el individuo y que lo que permite explicar la forma
en que los individuos se asocian entre sí es el análisis
de los tipos de solidaridad que se dan entre ellos.
Durkheim reconoce dos: la solidaridad mecánica y la solidaridad orgánica.
En el primer tipo, vinculado a las formas más
primitivas, la conexión entre los individuos -esto es, el orden
que configura la estructura social- se obtiene sobre la base de su escasa
diferenciación. Es una solidaridad construida a partir de semejanzas
y, por lo tanto, de la existencia de pocas posibilidades de conflicto.
La solidaridad orgánica es más compleja.
Supone la diferenciación entre los individuos y como consecuencia
la recurrencia de conflictos entre ellos, que sólo pueden ser zanjados
si hay alguna autoridad exterior que fije los límites. Es la solidaridad
propia del industrialismo. Esa autoridad, esa fuerza externa -moral, social,
normativa- es la conciencia colectiva, que no está constituida
por la suma de las conciencias individuales, sino que es algo exterior
a cada individuo y resume el conjunto de creencias y sentimientos comunes
al término medio de una sociedad. Es esta conciencia colectiva
la que modela al individuo, la que permite finalmente que la sociedad
no se transforme en una guerra de todos contra todos.
Estas ideas se perfilan mejor en otro trabajo, el ya citado El suicidio,
texto que, además de afinar la teoría sustantiva que Durkheim
tiene sobre la sociedad, se ha transformado en un clásico de la
investigación empírica, en un modelo todavía utilizado
como ejemplo del tratamiento específico de relaciones entre variables
para probar conexiones causales.
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¿Por qué tratar de explicar el suicidio
en términos de la sociología? |
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¿No se trata, acaso, de problemas individuales, cuyo
campo de conocimiento sería la psicología? |
En efecto, la psicología puede estudiar el suicidio, pero si en
lugar de ver en ellos acontecimientos aislados, consideramos a los suicidios
en conjunto, durante una unidad de tiempo y en una sociedad dada, esto
ya constituye un hecho nuevo, superior a la suma de los actos individuales:
es un hecho social. Y el estudio de los hechos sociales es el
terreno de la sociología.
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